Escalofriante mezcla de western y thriller rural
Por José Luis Vázquez
La primera escena, los compases iniciales de “As bestas” ya me sobrecogen, me ponen un nudo en la garganta y el corazón en un puno, sensaciones que no desaparecerán hasta su desenlace. Y ello provocado “simplemente” por la manera de hablar aparentemente comprensiva y reposada de un montaraz gallego, de un aloitador (se les denomina así a los encargados de sujetar a los garañones o a las yegüas mientras se procede a cortarles la crin… en una célebre tradición galaica), de una de esas gentes del monte, de un individuo y un paisaje agreste.
El sujeto en cuestión es Xan Anta, un impresionante, escalofriante, descomunal Luis Zahera, al que desde ya mismo postulo para obtener el Goya al mejor actor de reparto. El santiagués se vuelve a salir y continúa contribuyendo a demostrar la enorme valía de los actores del terruño (Luis Tosar, Javier Gutiérrez… aunque naciera en Luanco, Celso Bugallo, Mabel Ribera, Tamar Novas, etc.). Tanto él como su hermano Lorenzo, un igualmente formidable Diego Anido, me transmiten escalofríos perdurables con cada una de sus apariciones.
Y soy consciente que a bastante paisanaje le ha molestado la imagen que se pudiera dar de tan hermosa tierra celta. O el hecho de que el único gallego bueno hable castellano. Por supuesto, no voy a entrar en cuestiones tan estériles, absurdas y reduccionistas. Porque entonces, además, nos lo cargaríamos todo. Quien no quiera ver más allá es su problema y lamentaría que no supiera discernir. Como gallego ejerciente no me siento en absoluto ofendido por ese retrato devastador y nada gratuito ofrecido con inmejorable maestría y pericia por el madrileño Rodrigo Sorogoyen, mi director favorito en la actualidad del cine español, junto al sevillano Alberto Rodríguez.
Precisamente lo que lleva a cabo desde su espléndido guion, coescrito con Isabel Peña, es mostrarnos una descripción de personajes, conflictos y situaciones verdaderamente complejas y de admirable intensidad. Aparte de trazar con una caligrafía exquisita, hosca, desapacible, cuestiones diversas que van desde el miedo al diferente a la necesidad de descubrir la verdad. Y es que la historia parte de un punto de partida real, aunque se ha optado por una interpretación particular. Me refiero a la del crimen de Santoalla en la orensana Petin, ocurrido en 2010.
Le sirve para tratar, como perfectamente ha expresado su protagonista femenina, Marina Foïs, sobre “la soledad, el amor, la valentía, la terquedad, la xenofobia, la libertad, la lucha de clases, sueños, sobre unos ricos que eligen y unos pobres que no tienen elección, sobre la masculinidad en contraste con la feminidad”. Pero no lo hace de una manera simplista, ni muchísimo menos. Todo lo contrario, tira de profundidad, absoluto dominio del medio y brillantísima elaboración.
Es posible que haya bebido, consciente o inconscientemente, de las fuentes de cierto cine español y cine norteamericano, las que van desde “Furtivos” y “Pascual Duarte” hasta “Deliverance”, “La presa” y “Perros de paja”. Referentes todos ellos que se sumergen en las profundidades más oscuras en las que transcurren sus historias y las simas abisales de las criaturas que las habitan. Sorogoyen utiliza su cámara como un fino y cortante filamento a la vez, para contarnos sus entrañas, las zonas más siniestras y refulgentes. Sobre esto último, la actitud de la mujer francesas acaba mostrándose de lo más reveladora.
Todo esto se va cociendo a fuego lento, lo cual, al menos a mí, me va provocando una paulatina y creciente angustia, aunque como indiqué al comienzo de esta reseña, ya desde su inicio se larva la tensión. Y, sin duda, es una película sobre el rencor, pero en modo alguno sobre la venganza.
Y es que este potentísimo, inolvidable thriller rural, concebido en clave de western también viene a hablarnos sobre las razones de la sinrazón (una parrafada de Zahera en el bar no tiene desperdicio alguno, precisamente la exposición de su posicionamiento), el que pese a que en ocasiones resulten atroces todo el mundo tiene sus porqués o argumentos, hasta las bestias más desalmadas, y aunque ello jamás justifique rebasar ciertas lindes.
Rodada en bellísimos paisajes lucenses y de El Bierzo, cuenta con eso tan difícil de conseguir como es la de una atmósfera propia. Para ello se sirve de unos actores excelentes (a los citados, añádanse el también galo Denis Ménoche, prácticamente extraído de la igualmente devastadora “Solo las bestias” o Marie Colomb como la hija de la pareja) de los que agradezco sean respetados en sus respectivos idiomas originales.
Su retrato del miedo y de la violencia me generan pavor por creíble, por demasiado humana; su desolación y su rayo de esperanza me conmueven hasta el tuétano. Para quien esto firma supone uno de los mejores estrenos de 2022 y, sin duda, el mejor español, y esto último tiene su indudable mérito, pues estoy hablando de una cosecha francamente excelente por estos lares.