Por José Luis Vázquez
Asisto anonadado, hipnotizado, a esa maravillosa inmersión que ha hecho de su niñez, de un momento concreto de la misma (coincidente con los disturbios en barrios en agosto de 1969 de esta conocida población irlandesa), el estupendo cineasta y actor británico (precisamente de Irlanda del Norte) Kenneth Branagh, afincado desde hace tiempo en la industria norteamericana y que en esta ocasión ha hecho una bendita excepción en su tierra natal.
Inevitablemente tengo que recurrir a la primera persona para comenzar esta reseña. Me crie en un pueblecito gallego, mis padres eran mayores, no había conflictos entre católicos e irlandeses, pero asistí a los estertores del franquismo, no conocí a mis abuelos… pero esta, la que refleja Branagh es mi infancia, lo juro, la parte vivida y la ensoñada. Pero lo es en lo más fundamental, en esencia y anhelos.
Para más inri definitivo, y esto ya es el colmo, supone también un homenaje a mis libros, a mis series y películas de aquellos primeros años de mocedad. Autores o novelas como Charles Dickens y su CUENTO DE NAVIDAD o Agatha Christie (curiosamente Branagh estrena esta misma semana su adaptación de MUERTE EN EL NILO), series tan de mis entrañas como la fundacional STAR TREK (cuando todavía no se había inventado el concepto ni por lo más remoto, este fue el primer exponente en ficción de lo que suponía la globalidad con un pasaje espacial de todos los continentes) o la inolvidable GUARDIANES DEL ESPACIO con marionetas.
Y películas palomiteras que se diría hoy en día, de esas que se iban a ver en familia y sin condicionantes intelectuales, cine de barraca de feria puro y duro, como HACE UN MILLÓN DE AÑOS o CHITTY BANG BANG. Y títulos míticos en blanco y negro como HORIZONTES PERDIDOS (mencionada oralmente) o esos westerns de mi alma, corazón y vida que son EL HOMBRE QUE MATÓ A LIBERTY BALANCE y SÓLO ANTE EL PELIGRO.
Curiosamente este último sirve de inspiración y símil a una de sus muchas secuencias estupendas, en la que al chaval asombrado (casi tanto como el Brandon De Wilde de RAÍCES PROFUNDAS) establece una inevitable comparativa entre el solitario sheriff Will Kane encarnado por Gary Cooper y su progenitor. Por otra parte, nada disparatado, tiene su lógica y su merecida razón de ser, de evocar o ensoñar, lo que prefieran.
Todo esto, sus fundamentales relaciones familiares, con sus padres, sus abuelos, su hermano mayor, sus amigos, lo cuenta el firmante de MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES o LOS AMIGOS DE PETER con un estilo cálido, cercano, divertido, de lo más emotivo. Es una crónica de primeros años, de formación, verdaderamente sentida e impagable. No tiene necesidad de tirar de rencor, de resentimiento, de tono crispado. Lo hace con afecto y reconocimiento a tantas cosas buenas que vivió dentro de un ambiente hostil, nada fácil.
Y se acaba erigiendo en todo un canto a la tolerancia. Hacia el final, hay un comentario de un padre a su hijo, que convendría enmarcar y mostrar en todos los institutos, en todos aquellos centros de enseñanza en que los chavales estén en aprendizaje. Resulta valiosísimo y me atrevo a decir que imprescindible.
Si a todo esto (la excelente dirección en primer lugar, utilizando al comienzo y al final y en un par de destellos el color, el resto es en un resplandeciente blanco y negro) sumamos numerosos elementos que contribuyen poderosamente a su irreprochable y formidable acabado final (véase la imponente banda sonora del necesario Van Morrison o un reparto que raya a elevadísimo nivel, quisiera destacar a la actriz y modelo irlandesa Caitriona Balfe, corajudo personaje y bellísima actriz) pues entenderán el porqué de mi entusiasmo irrefrenable.
Acudan en cuanto puedan a la sala de cine a verla. Como suele ser norma qué difícil se vuelve a poner lo de los Oscar. Había visto EL PODER DEL PERRO y me quedo embelesado. De repente descubro WEST SIDE STORY y me quedo conmocionado. Y ahora BELFAST y LICORICE PIZZA. Y el resto tampoco tiene desperdicio, desde EL MÉTODO WILLIAMS a DUNE, pasando por EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS, CODA: LOS SONIDOS DEL SILENCIO, NO MIRES ARRIBA o la japonesa DRIVE MY CAR. Hollywood es Hollywood digan lo que digan los agoreros y agónicos, el cine de mi existencia, sin desdoro del de otras muchas latitudes, por supuesto.