Radiografía conyugal
Por José Luis Vázquez
Escribo esta reseña el miércoles 6 de diciembre (de 2023… aclaro lo de la fecha por si algún día le diera la ventolera a alguien de leerla en el futuro), tras haber visto hace una hora esta producción francesa con entendible vitola prestigiosa. Y después de haber visto previamente otros dos estrenos más (ambos maravillosos: “Wonka” y “Robot dreams”), por tanto, reconozco que me noto perezoso para explayarme más de lo debido y para sacarle a fondo las amígdalas a esta luciente, perturbadora y laureada propuesta. Porque “Anatomía de una caída” es un brillante ejercicio de escritura cinematográfica, algo que me parece innegable, pero he de confesar igualmente que no la considero la obra maestra que muchos proclaman.
Se ha dicho que se asemeja a esa maravilla de Otto Preminger titulada “Anatomía de un asesinato”, pero ya quisiera, ya, sin por ello negarle méritos. Está a considerable distancia de sus inapelables y rotundos logros. La que aquí me ocupa me resulta más entomológica (tal como supongo era la intención de su autora), más gélida y deconstructiva, lo cual no impide que sea bastante eficaz. Aunque diré más, dentro del mismo terreno por el que se desliza, el del thriller judicial (conste que las numerosas secuencias en sala están muy bien rodadas), otra coetánea suya, más aparentemente modesta y con menor “parafernalia”, se ha ganado recientemente -esta sí- mi absoluta incondicionalidad. Me refiero a “El acusado”, que provocó mi entusiasmo desde el instante en que la descubrí y gocé en una plataforma.
Pero conviene cierta contextualización. Me han puesto de los nervios varias de las últimas ganadoras de la Palma de Oro de Cannes, tal como lo ha sido ésta, desde “The square” hasta “El triángulo de la tristeza” (hace falta bemoles los dos reconocimientos obtenidos por el pretencioso -mejor dicho, su cine- Ruben Östlund), pasando por “Titane”. Felizmente, también en ese período han recompensado a las espléndidas “Un asunto de familia” y “Parásitos”, inequívoca muestra del pujante cine asiático, del coreano especialmente.
Dicho esto, entenderán que asistiera a esta proyección con bastante recelo, pese a los comentarios favorables de ciertos colegas que me resultan fiables (Oti Rodríguez Marchante, por ejemplo). Así pues, el hecho de que no me haya dado un parraque e incluso la haya disfrutado en buena medida, resulta ya un punto a su favor.
Lo que comparto de pleno es que supone una disección rigurosa, casi cartesiana, bastante lúcida y penetrante a cerca de las relaciones matrimoniales, de la vida en común. Su directora ha manifestado que “la pareja es un intento de democracia que casi siempre termina en dictadura”. O que “la vida en pareja es algo completamente antinatural”. Lo cual constituye una declaración de principios, aunque en su caso ha confesado irle bien (hasta la fecha). Más concretamente, habla sobre los mecanismos que las alimentan o las disuaden. Pues eso, ni enmiendo, ni subrayo, ni comparto o dejo de hacerlo. Eso sí, certifico que es un trabajo bastante cerebral, con todo lo positivo y a veces arduo que pueda conllevar ello.
Claro que, dentro de estos parámetros, aunque nada tenga que ver ni en estilo o forma, me resulta inevitable que me venga automáticamente a la memoria la película que mejor ha descrito la ruptura, el análisis de porqué, o de ciertos porqués, acaban quebrando los vínculos maritales, siempre teniendo en cuenta que sea casi imposible determinar todas aquellas razones por las que se llega a esa situación. Estoy hablando de la prodigiosa “Dos en la carretera” de Stanley Donen. En el caso de “Anatomía…” sí hay que destacar que reforzado su “discurso” por el cuestionamiento ingerido a cierta masculinidad o virilidad entendida equívocamente desde tiempo inmemorial. Menuda racha llevamos los de mi sexo, en buena parte merecida.
Bueno, tal vez esté comenzando a liarme un poco. Porque esto es lo que tienen ese tipo de formulaciones, que no me acaban de arrebatar y que vienen precedidas de densos contenidos y de un aplastante halo crítico. Lo contrario que el estupendo “Napoleón” de Ridley Scott, que presentando muchas grietas de partida me resulta un placer de lo más disfrutable. O para que se me entienda mejor, me costaría volver a ver “Anatomía…”, reconociéndole muchas cualidades, pero estoy deseando volver a revisar ese biopic deslumbrante que le pega mil patadas a la historia pero que no merma en absoluto su gran valor como espectáculo visual.
Por seguir hurgando en sensaciones generadas, debo confesarles que en algún momento llega a fatigarme un poquito, aun teniendo en cuenta que es de las que puede absorber. Y que la protagonista me confunde algo, y no porque resulte ininteligible su retrato, ni mucho menos, y aunque no llegue a los límites a los que la noche llevaba al famosillo y televisivo Dinio. Me agota tanta intensidad y me queda alguna duda existencial que no es cuestión desvelar. La invade por momentos cierta ambigüedad, o igual ha sido esa la intención de su creadora. Ello no resta ni un ápice de merecimiento a la gran e intensa interpretación de la alemana Sandra Hüller, personaje principal sobre el que pivota la trama… y la sospecha.
El niño está bien, la peli en general resulta francamente atractiva, esta vez puedo entender lo de ese gran premio con el que ha sido recompensada y al menos vuelve a remontar en cuanto a respeto por mi parte por el festival del país vecino, cuya industria, por cierto, continúa obsequiándonos cada temporada con un buen puñado de títulos excelentes.
Aprovecho para informarles que finalmente ha sido desplazada por la esperadísima -así lo admito- “A fuego lento” como representante de la tricolor para el Oscar.