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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Alcarràs"
Ramón Vidal
Alcarràs

Capturando la vida

Por José Luis Vázquez

Sentarse a ver “Alcarràs” es como proceder a pelar un melocotón, pero sin atajos, es decir, sin utilizar un pelador o sin tener que calentarlos en agua caliente unos segundos para que se reblandezca. Se trata de arrancar la cáscara con esmero y paciencia, con calma, con sosiego. Así es el cine de la catalana Carla Simón y así lo es este segundo y de nuevo deslumbrante en su sencillez trabajo suyo, tras su brillantísima irrupción hace 5 años con “Verano 1993”.

Quiero decir que es justo el estilo opuesto y contrario al de los superhéroes Marvel, sin por ello demérito alguno de estos, pues todos pueden convivir y complementarse, ya que esa considero que es una de las gracias del Séptimo Arte… sus múltiples maneras, géneros y registros a la hora de manifestarse.

Los superhéroes de ésta, de sus historias, son tremendamente reconocibles, cotidianos, humanos. Sus poderes especiales son el esfuerzo y la lucha diaria contra una forma de vida que se extingue y un tiempo nada fácil. De nuevo vuelve a extraer sus notas más afinadas cuando se detiene en el mundo de la infancia, cuando su escrutadora y paciente cámara observa a los críos o a los adolescentes. Como, por ejemplo, cuando la niña desgrana con vocecilla casi trémula una cancioncilla de letra de lo más esclarecedora. Lo suyo sería que pudieran ser escuchadas en su idioma original, catalán, tal y cómo ha sido concebida, para que este y otros asuntos desprendan todavía más validez.

Lo que está claro es que el suyo es un cine nada fácil de conseguir porque se puede caer fácilmente en el tedio al tirar de características como una observación minuciosa de situaciones y personajes, tomándose su tiempo para todo ello.

Y de nuevo vuelve a conseguir el casi milagro de capturar un trozo de vida en un momento muy determinado. En esta ocasión, un mundo prácticamente en vías de finalización, en el que el cultivo de melocotoneros está dando paso a la instalación en esas mismas tierras de placas fotovoltaicas. Y también los dueños actuales ya nada tienen que ver con los iniciales que habían permitido al patriarca no tener que pagar por trabajar la tierra. Todo ello en un marco ambiental concreto y reconocible, el municipio catalán que da título a la película, el ilerdense fronterizo con la autonomía aragonesa.

Simón lo que hace es volver a retratar a algunos miembros de su familia. Nada se inventa, su cámara recoge verdad de la buena. Tirando de una sencillez casi franciscana, sin ornamentos. Sin subrayar casi nada, tal y como hiciera en su debut, en aquel caso al recrear una infancia perfilada -sin necesidad tampoco de vocearla- por la sombra de la muerte de los progenitores de la joven protagonista, es decir, ella misma.

Vuelve a demostrar que se puede ser sensible y emotiva, extraer autenticidad sin tener que vociferar o llamar la atención, más bien lo contrario. Me ha parecido leer en algún sitio que su cine bien podría ser una mezcla del de Camus y Erice, con un inequívoco estilo propio claro, sin descuidar en ningún momento la brisa poética, y quien así lo ha reflexionado no creo que vaya nada desencaminado.

Esa cáscara que decía al principio queda pues recortada con mucho mimo para dejar al descubierto la naturaleza de la propia existencia, con sus pequeñas alegrías y sinsabores.

Hermosísimo logro que no deja de resultar un empeño de lo más atrevido en este tiempo de consumo fácil, justamente reconocido en el Festival de Berlín con la máxima distinción, el Oso de Oro, algo que no conseguía el cine español desde hace treinta años, desde la espléndida LA COLMENA del citado Camus. Sus dos horas me transcurren de manera felizmente plácida.

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