Cómo el waterpolo también puede resultar de lo más cinematográfico
Por José Luis Vázquez
De un cierto tiempo a esta parte, lo centraré en el siglo XXI y estertores del XX, da gusto comprobar como el cine español se ha ido asomando a géneros que parecían vedados supongo que por incapacidad o que sencillamente habían dado en el pasado exponentes más bien para olvidar, o por carencias presupuestarias en otras ocasiones. El espectro es amplio, abarca desde el terror hasta la ciencia-ficción, pasando por el documental, el suspense o incluso historias de amor de raigambre autóctona, pero con ecos hollywoodienses como la reciente y estupenda “Voy a pasármelo bien”.
Resulta verdaderamente un gustazo comprobar cómo nos vamos sacudiendo complejos a base de talento, oficio y profesionalidad. Es ahora el turno de los dramas deportivos y, en concreto, de un deporte tan escasamente frecuentado en la gran pantalla como es el waterpolo. Esta es la prueba palpable de que también éste puede ser de lo más resultón y vistoso, como el fútbol o el baloncesto. Y todavía más que esta modalidad en sí misma, que aclaro que también, las historias de quienes rodean al mismo.
Porque aquí la chicha, la verdadera sustancia, estriba en el duelo que se entablan entre los dos líderes de la Selección Española que se prepara para afrontar los Juegos Olímpicos de 1992 celebrados en Barcelona y de tan grato recuerdo para muchos de nosotros… o hablaré en primera persona para no implicar a nadie más.
Por un lado, se encuentra la asentada guardia de corps catalana, encabezada por Manel Estiarte (Álvaro Cervantes en una gran interpretación, presente en series como “Vergüenza” y “Hermanos”), y por otra, la algo más chulesca madrileña, que decide incorporar el nuevo seleccionador (el croata Dragan Matutinovic, encarnado impecablemente por Tarak Filipovic), y cuyo estandarte es Pedro García Aguado (Jaime Lorente, a la altura de los colegas anteriormente citados, lo pueden localizar en “La casa de papel” y “Élite”). Ambos inicialmente en las antípodas, pero unidos por traumas y fantasmas familiares diversos.
La historia se centra en la preparación en Andorra, para posteriormente pasar al recinto deportivo, deteniéndose en los partidos previos y, especialmente, en la gran final. Esos 42 segundos del título aluden precisamente a un momento determinado de esa serie.
Todo esto sirve a sus directores, el debutante Álex Murrull y el prolífico (si contamos sus dos documentales son 12 los trabajos firmados hasta la fecha desde su debut en 2011 con “Colón y la Casa Real catalana”, una película por año) e intermitentemente interesante (aquí consigue su mejor trabajo hasta el momento… por cierto, cuenta con otro estreno actualmente en cartel, el aceptable “El test”) Dani de la Orden, para mostrarnos un intimista y, a la vez, vistoso friso que aborda asuntos como el trabajo en equipo, la amistad, el esfuerzo y la disciplina para alcanzar metas, y el afán de superación no sólo por uno mismo sino en pro de quienes dependen de nosotros. Todo narrado con considerables dosis de pericia y amenidad.
Merece la pena igualmente tener en cuenta su buena ambientación (o si prefieren, su contextualización histórica), apreciable tensión y la eficacia con las que están rodadas las escenas en el agua (y pese a que planos concretos de las gradas desprenden un ligero tufillo a tv movie), incluyendo esa apasionante final que es lo suficientemente emotiva, aunque los cineastas creo que han pretendido sobre todo mostrarse contenidos en la exposición de hechos, pese a algunos picachos dramáticos puntuales.
Agradezco también -y obviamente nada más precisaré, aunque nada descubriría para alguien con memoria o mínimamente enterado- el que muestre que las derrotas pueden acabar convirtiéndose en victorias. Y que estas contiendas de gorritos y agua, efectivamente, pueden ser también de lo más molonas trasladadas a celuloide.