Una receta con su buen y grato punto de cocción
Por José Luis Vázquez
No vive el melodrama a efectos de prestigio sus mejores momentos, sí en cambio continúa gozando del favor de un público, todo hay que decirlo cada vez más veterano. Y, sin duda, jamás a lo largo de la historia ha gozado el cine amable o positivo de las simpatías o el fervor de los de mi gremio, incluso a un genio como Frank Capra se la llegó a crucificar o tachar de blandengue desde sus mismos inicios
En cambio, les he de confesar que cuando se consigue bordar lo adoro (y aún sin necesidad de alcanzar la excelencia también), ahí están ese puñado de trabajos del rey del género, el norteamericano/alemán Douglas Sirk. Y miles más, pues al fin y al cabo se toque el género que se toque siempre contiene ingredientes y elementos propios del mismo.
El cine español, ducho en esta materia, de gran popularidad en el pasado para todas las capas y edades de público, nunca ha dejado de ofrecer muestras valiosas. Recuerdo, por ejemplo, hace tres años el notable PALMERAS EN LA NIEVE, y hace menos, uno en concreto, el estupendo y vinatero EL VERANO QUE VIVIMOS.
A estos ejemplos de hace tan poco, en cuento a valía y reconocimiento se viene a sumar ahora el último trabajo del muy buen cineasta sevillano Benito Zambrano. Cinco ha alumbrado hasta la fecha y casi 5 plenos, con excepción del de LA VOZ DORMIDA que, sin embargo, gustó a mucha gente. Para mí es en el que se ven más los costurones y el más “demagogo” pese a lo que cuente parta de verdades como puños. Pero el resto, su impresionante debut con SOLAS, HABANA BLUES y el relativamente reciente INTEMPERIE, me parecen ejercicios de cine mayúsculos.
Aquí, basándose en la primera novela de la directora de casting (pueden comprobar su trabajo en la actualmente en cartelera WAY DOWN) Cristina Campos y apoyándose también en su participación en el guion ha vuelto a dar en la diana. No llegando del todo a la excelencia de SOLAS o INTEMPERIE (son estas palabras mayores), pero sí cosechando una elevada nota.
Y lo amasado por ambos en la escritura tiene su correspondencia en una dirección inteligentemente invisible, al servicio de lo narrado. Todo en aras a quedar patente no solo el que considero su asunto principal, una historia fraternal, de reconciliación, sino otros más que se superponen, entre ellos, la historia de un secreto que esconde esa receta de pan aludida por el título.
También, como ha recalcado con acierto el propio Zambrano, trata de crecimiento, superación, perdón, cicatrización de heridas por parte de mujeres maduras e inteligentes que se reivindican a sí mismas y en cuanto a su relación relegada.
Y no quiero obviar otros dos asuntos fundamentales, las adopciones y la maternidad. Y es aquí donde esta película supera a MADRES PARALELAS, no voy a decir que, con creces, pero sí con suficiencia. Porque afortunadamente su director ha sabido sortear los peligros del dogma, la demagogia y el adoctrinamiento. Cuestión nada baladí. Y, además, ha sido capaz de centrarse en lo que es la relación principal y no ha pretendido dar soflama, aunque en sus pliegues haya todo tipo de inquietudes sociales. Pero lo camufla y lo disimula muy bien.
Se apoya para ello en un elenco principalmente femenino que tira de naturalidad pasmosa, credibilidad, mucho oficio. Supongo que para el gran público serán un tanto desconocidas la mayoría de actrices que lo componen, pero he de reconocer que he disfrutado muchísimo con el cara a cara de esas dos grandes y bellas Elia Galera y Eva Martín, las dos hermanas en cuestión con distintas maneras de ver o incluso afrontar la vida. Y, por supuesto, con la encargada de la panadería, la hija y la dueña del hotel, esto es, Mariona Pagés, Marilú Marini y Claudia Faci, argentina y de origen italiano estas dos últimas.
Horneada con amor y profesionalidad, resuelta con indudable profesionalidad es una de esas películas francamente gratas de contemplar, resultonas, amables pese a algún tramo especialmente doloroso. Un bello relato de amistad, de solidaridad entre mujeres, de confraternidad.