Por José Luis Vázquez
Asombroso compositor el no hace mucho fallecido (el 6 de julio de 2020, a los 91 años… nacido el 10 de noviembre de 1928) Ennio Morricone, asombroso documental “Ennio: El maestro” que nos aproxima al Ennio ser humano (al más cercano, cálido dentro de su seriedad y casi dicharachero) y al Morricone compositor.
Un sentido, precioso, humano y emotivo retrato. La emoción precisamente preside felizmente este homenaje al prolífico y genial creador de más de 500 películas y bandas sonoras, cifra de lo más reveladora para alguien que siempre quiso abandonar el cine y que se inició en la profesión como arreglista para la RCA a comienzos de los 60, aportando su personalísima y maravillosa manera de entender la canción popular italiana, algo patente en innumerables “hits” de aquel momento, desde temazos ya míticos como “Sapore di sale” hasta “Guarda como dondolo” pasando por “Il mondo”.
Aunque en realidad él realmente iniciaría su carrera de niño tocando la trompeta, el instrumento utilizado por su padre con el que le aleccionaría y propiciaría su acercamiento posterior al mundo de las partituras, pentagramas, acordes e incluso al del piano.
A partir de ahí, tuvo lugar una trayectoria meteórica no reconocida paradójicamente por colegas y maestros suyos hasta que le llegaran los exitazos de “Érase una vez en América” y “La misión”. De hecho, aquí se puede asistir a la lectura de la carta de uno de los primeros de lo más ilustrativa o esclarecedora al respecto de lo comentado.
Pero lo importante es lo dejado, su impresionante legado. Y ciñéndome a este documental de 156 minutos que pasan en un verdadero suspiro, al impagable buceo que uno de sus mentores tras las cámaras, Tornatore (la “Cinema Paradiso”, “Malena”, “La leyenda del pianista en el océano”, “La mejor oferta”) ha llevado a cabo mostrándonos al profesional y al ser humano. Sacando a la luz secretos que no salieron antes por la discreción del biografiado. Anhelos, contradicciones y recuerdos. Como ha expresado un compañero de profesión, Luis Martínez, “toda una lección de vida”.
En su impagable idilio con el Séptimo Arte que se iniciaría en 1961 con “El federal” de Luciano Salce, pronto adquiriría una inmensa popularidad con la Trilogía del Dólar de otro indispensable en su extenso periplo (y eso que él renegaba de esa joya que es “El bueno, el feo y el malo”), aunque a mí la que más me gusta de esta serie es la apostilla que firmaría inmediatamente a continuación, “Hasta que llegó su hora”. Todos ellos temas que ya han quedado instalados en el imaginario popular, incluso hasta de quien se pudiera considerar más reacio.
Para ir desgranando todos sus grandes pasos Tornatore se sirve de un montaje admirable, preciso, que va punteando ejemplarmente una existencia plena, intensa profesionalmente y casi inabarcable.
Todo ello adornado con los impagables testimonios de compañeros, músicos y un largo etcétera. Se van deslizando testimonios de lo más sabrosos, como los de Bruce Springsteen, Pat Metheny, Quincy Jones, otros de los más grandes compositores de todos los tiempos (Hans Zimmer y John Williams) o Bernardo Bertolucci. Este último condensa perfectamente lo que fuera su obra y espíritu, “hizo coincidir la poesía con la prosa”. Curiosísimo resultan también los temas de Muse y Metallica que suponen una exaltación y celebración de su música.
En fin que al ganador tan sólo de 2 Oscar (uno honorífico y por “Los odiosos ocho”), de 3 Globos de Oro (por la incuestionable “La misión”, “La leyenda del pianista en el océano” y de nuevo “Los odiosos ocho”) o 10 David de Donatello, tal como sucediera también recientemente con Luciano Pavarotti, quedará para la posterioridad no sólo por su magisterio y deslumbrante arte, sino por este sensacional retrato que comienza con el sonido de un metrónomo e instantáneas de su casa, del despacho en el que se gestaba su fuente de inspiración, con un un nonagenario plenamente activo haciendo ejercicios gimnásticos, rodeado en su salón de libros, carteles, fotos, premios, partituras… toda una vida apilada, vamos.
Una verdadera preciosidad. De obligado visionado.