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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "El sastre de la mafia"
Ramón Vidal
El sastre de la mafia (The Outfit)

Verdaderamente ser cortador es otra cosa

Por José Luis Vázquez

Coinciden en la cartelera y en la misma semana dos producciones norteamericanas, bueno una en realidad una coproducción con Gran Bretaña, que destilan aroma a cine clásico de antes, “El arma del engaño” y la que aquí me ocupa, “The outfit” en el original, título que alude al buzón del sindicato del crimen que el sastre protagonista (cortador según él, parece ser que un escalón superior o al menos más preciso en cuanto a considerar su trabajo) tiene precisamente en el taller que es el marco ambiental en el que transcurre la acción.

Un lugar reducido que precisamente le confiere a esta historia buena parte de su carácter, de teatro filmado, algo que en modo alguno supone un término peyorativo o de desdoro. Pero no sólo por esta razón cabe ser así apreciado, sino por ser respetadas las unidades de tiempo y espacio, contener muchos diálogos, y por las numerosas entradas y salidas de los personajes. Otros denominan a esto pieza de cámara, y también podría valer.

El caso es que inevitablemente dada su condición y mientras la contemplo se me vienen a la cabeza tres piezas maestras del cine norteamericano de los 40, casi 50 y 70 (ésta de nuevo, en imprescindible alianza con ingleses), “Cayo Largo” de John Huston, “La soga” de Alfred Hitchcock (la utilización que se hace de ese arcón es inevitable que nos remita a algunos) y “La huella” de Joseph L. Mankiewicz.

Y es que el debut tras las cámaras del reputado guionista -y productor ejecutivo- Graham Moore (Oscar por escribir “The imitation game”, conocida también en España por “Descifrando Enigma”), como es norma casi inevitablemente en el cine actual cuando bucea en el pasado (el bagaje acumulado por el Séptimo Arte es ingente) recurre a inevitables referencias cinematográficas. Aquí no sólo no molestan las anteriormente citadas, ni resultan miméticas, sino que su inspiración, intencionada o inconsciente, le otorgan cierto lustre. Al mismo contribuyen una fotografía mortecina y retro de un valor seguro como Dick Pope (“El ilusionista”, “Mr. Turner”) y una banda sonora que se pliega a las imágenes del referencial Alexandre Desplat.

Moore se pone al servicio de su propio texto, escrito en compañía del actor Jonathan McClain y se muestra contenido, sobrio y con los giros necesarios -alguno tal vez perversillo por inesperado- que es posible sorprendan a muchos, a mí al menos debo reconocer que así ha sido. No necesitar salir de ese escenario único y de esa interminable noche invernal de Chicago -algo que se trasluce por el ventanal y la puerta de la calle que se abre puntualmente- para ofrecer un tenso, creíble y convincente relato en el que no necesita tirar de aparatosidades o de alardes técnicos gratuitos, ni de exteriores o escenarios naturales, para mantener en todo momento la atención y el interés. Recurre a un recurso tan funcional y sumamente efectivo cuando se utiliza bien, como es el caso, del plano/contraplano o algún travelling nada ostentoso.

Para ello se sirve de una dirección aplomada y de unos actores de lo más estimulantes, comenzando por su protagonista, Mark Rylance (de la Royal Shakespeare Company), descubierto para la gran pantalla, o mejor dicho para el gran público, gracias a su memorable interpretación como espía soviético en la admirable “El puente de los espías” (con un igualmente soberbio Tom Hanks). A continuación, vendrían otros dos destacables trabajos con el otrora rey Midas de Hollywood, “Mi amigo el gigante” y “Ready player one”, y algunos otros más de primerísimo nivel, como “Dunkerque” de Christopher Nolan o “El juicio de los 7 de Chicago” de Aaron Sorkin. Aquí borda a ese tipo educado, que no se altera, de voz sosegada.

Le acompañan brillantemente su compatriota Simon Russell Beale como el cabecilla de la familia mafiosa, Johnn Flynn como un guardaespaldas expeditivo o la joven Zoey Dutch que muestra muchas maneras y desenvoltura interpretativa ante tantos colosos-no tanto por nombre, pero sí por méritos- de la interpretación.

Notabilísimo thriller que bien podría hacer un traje al más pintado.

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