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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "20.000 especies de abejas"
Ramón Vidal
20.000 especies de abejas

El amanecer de una nueva identidad

Por José Luis Vázquez

La que considero la mejor película española en el primer tercio de 2023 y una de mis cinco favoritas en general de este tramo del año, supone una afortunadísima inmersión en algo tan delicado como la propia identidad, en este caso con el importante añadido del despertar trans de una cría, inicialmente un crío llamado Coco. Al respecto, todo un hallazgo la impresionante interpretación de Sofía Otero, recompensada con el máximo galardón en la última edición del Festival de Berlín. Su enternecedora, sutilísima (mucho de su mérito estriba en gran medida en quien ha sabido dirigirla con tacto -la debutante Estibaliz Urresola Solaguren, otro talento femenino más tras las cámaras en salir a escena por estos pagos-, pues no dejamos de estar ante una niña), desarmante expresividad, fabricada a base de reveladores detalles y elocuentes silencios o interpelaciones, me conmueve de manera nada ruidosa, profunda en el mejor sentido del término y verdaderamente rotunda. Tan sólo nueve añitos cuando la rodó.

No creo que resulte descabellado inscribirla dentro de esa ya extensa y fértil corriente intimista del cine español que tantas alegrías viene proporcionando desde hace tiempo y que bien se pudiera remontar -la ubico a título personal como espectador curtido en las salas- al Víctor Erice de “El espíritu de la colmena” o al Carlos Saura de “Cría cuervos”, llegando hasta las recientes “Verano 1993” de Carla Simón y “Cinco lobitos”, aunque en este caso los protagonistas no sean niños y el principal asunto a tratar sea otro, el de la maternidad en varias vertientes o aspectos.

En esta ocasión se muestra con una cualidad que la considero fundamental, la misma por la que pareciéndome sendas obras maestras sobre la eutanasia tanto “Million dollar baby” como “Mar adentro” es la razón clave por que prefiero la primera. Me refiero al hecho de que pese a la espinosa cuestión a tratar -la percepción de que se transita por un sexo que no es el inicialmente asignado- lo hace desde la fluidez de los sentimientos y no desde la soflama, el dogma o la brasa política propia de partidos. Sus gestos y hechos hablan por sí solos sin necesidad de ampararse en ninguna bandera, ideología o cualquier otra coartada que no sea la generada por lo que surge de la propia experiencia o sufrimiento del ser humano.

Esto me trae a la memoria la igualmente espléndida “La chica danesa”, que seleccioné y presenté hace unos años en una de mis habituales actividades cinematográficas. Recuerdo que en aquel momento me dirigí a una sala abarrotada hasta la bandera, reflexionando acerca de que, por encima de posicionamientos de cualquier tipo, habría que cavilar seriamente sobre lo -por ser suave- borricos que hemos sido y seguimos siendo en cuanto a nuestra falta de respeto con las libertades ajenas, con aquellos que son diferentes o con quienes no piensan como nosotros. Y ahí lo dejo, aunque dado el cainismo (y agresividad) de esta querida España que cantaba la añorada Cecilia, y en general de la especie (véase si no, la de la ingente cantidad de regímenes pseudo feudales todavía desperdigados por el mundo que son implacables con cuestiones como la aquí expuesta, ello admitiendo que hemos avanzado bastante en el último siglo), supongo que mi “prédica” es posible que caiga en saco roto.

Y tal vez alguien de quienes estén leyendo esto se esté preguntado el porqué de tanta disquisición filosófica, existencial y si quieren “reivindicativa” en vez de otra más estrictamente profesional, pero es que el cine y otras manifestaciones artísticas proporcionan la bendita posibilidad de redundar en debates y cavilaciones de todo tipo, frívolos o trascendentes, o que puedan redundar en una mayor tolerancia hacia los demás o en intentar ser un poco mejores. Ahí están los inmejorables ejemplos de “Matar a un ruiseñor” y “El club de los poetas muertos”, dos exponentes que no tengo la menor duda de que repercuten en que podamos ser un poquito mejores. Y existen infinitos ejemplos más. “20.000 especies de abejas” no llega a las excelencias de esos dos referentes, pero logra una considerable nota. Aunque matizo, la considero muy buena no ya por lo que trata, que no deja de suponer un plus, sino por la manera tan elegante, creativa y sensible de mostrarlo. Ya saben, el cómo por encima del qué, sin descuidar jamás el segundo, especialmente cuando se apuesta por causas tan nobles.

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