Un Tim Burton genuino, en estado puro
Por José Luis Vázquez
Adoro “Sleepy Hollow”, tanto el delicioso relato de terror y romanticismo de Washington Irving como esta envolvente y fascinante versión cinematográfica. Y venero el cine de su director, Tim Burton. Uno de mis latiguillos más habituales hasta hace no tanto en mis presentaciones de películas, y que bien puedo perfectamente seguir ratificando, es ese que proclamo rotundo de que tres de las mejores cosas que le ha podido pasar al cine de los últimos treinta años han sido Clint Eastwood, Pixar y Tim Burton, sin olvidarme de Steven Spielberg y Ridley Scott… y decenas y decenas de creadores más, claro. Como actualmente me sucede con Mike Flanagan, el firmante de las formidables “Doctor Sueño” y “La vida de Chuck” y de maravillosas series en Netflix como “La maldición de Hill House” o “Misa de medianoche” entre otras.
Su octavo largometraje oficial, pues obviaré “Pesadilla antes de Navidad” por no llevar estrictamente su firma, aunque es genuino e identificativo de su particularísimo universo, volvería a ser un cuento de terror, o más bien de horror gótico. Siniestro, potentísimo visualmente, verdaderamente “pesadillesco” y de atmósfera febrilmente sombría.
En Hispanoamérica se titularía más descriptivamente, “La leyenda del jinete sin cabeza”, algo que aclara mucho más de que lo que va este asunto basado en el citado relato corto de ese viajero infatigable que fue Washington Irving, el mismo e inmarchitable autor de la esos adorables “Cuentos de la Alhambra”, adaptados en 1950 para la gran pantalla sin satisfacer a casi nadie con una jovencísima -19 añitos- y ya exultantemente bella Carmen Sevilla.
Nos sitúa en una aldea, la referida Sleepy Hollow, del condado de Nueva York, en el umbral del siglo XIX, en la que se están produciendo una serie de misteriosos e inexplicables crímenes. Hasta allí envían a un policía de la capital de métodos muy avanzados y científicos. De nuevo, estamos ante un nuevo capítulo del enfrentamiento y la ancestral disputa entre creencia y razón.
El sujeto en cuestión, Ichabod Crane está encarnado por el siempre singular (incluso cuando hace de señor normal, de padre de familia, ahí está ese estupendo thriller noventero que es “A la hora señalada”, o “Donnie Brasco” si me apuran, aunque este no resulte del todo corriente) Johnny Depp, en la que sería la tercera de las ocho fructíferas colaboraciones hasta la fecha con el mago de Burbank. Sus antecesoras habían sido las magistrales “Eduardo Manostijeras” y “Ed Wood”, sin comentarios acerca de su sobrenatural calidad.
Junto al icónico intérprete, otros grandes nombres en roles más secundarios, como Christina Ricci, una verdaderamente siniestra Miranda Richardson (actriz fallecida en trágicas circunstancias hace ya unos cuantos años, pareja en ese momento del inmenso Liam Neeson), Michael Gambon, Jeffrey Jones y Michael Gough. Y tres apariciones estelares, dos fugaces, la de Martin Landau, el Bela Lugosi de la citada “Ed Wood”, el primero en ser asesinado por el matarife del Averno herbóreo, y Christopher Lee como juez neoyorquino. Y otra irreconocible, la de Christopher Walken como el susodicho jinete en cuestión.
Todos ellos al servicio de un lirismo y tenebrismo admirablemente entremezclados. Y de imágenes imponentes y visualmente hermosísimas, cuidada hasta el delirio en lo estético. Nada gratuitamente cosecharía un Oscar por la dirección artística. Y no pierdan ojo de esa fotografía de tintes y profundidades sombrías de Emmanuel Lubezki, el Chivo Lubezki, único profesional del ramo en ganar tres merecidísimas estatuillas doradas seguidas. Por “Gravity”, “Birdman” y “El renacido”.
Otro elemento fundamental es su banda sonora, compuesta por el afortunadamente inevitable en la filmografía “burtoniana”, el maravilloso y siempre inspirado Danny Elfman.
Inolvidables secuencias como esa inicial, escalofriante y prácticamente entrevista aparición del Jinete, todas las protagonizadas por el sádico descabezado, la aterradora de la iglesia o la del molino.
Para los anales quedará aparte de por su intrínseca calidad como una de las últimas propuestas artísticas (es de 1999, como el título de aquella mítica serie de ciencia-ficción… “Espacio 1999”) de fin de milenio, algo que le viene que ni pintiparado.
De lo más indicada para fechas “halloweenianas”, pero da exactamente igual en la época del año en la que se contemple, su hechizo continúa intacto y seguro que así seguirá para la posteridad.