La mejor película española de 2025
Por José Luis Vázquez
Permítanme que inicie mi reseña citando a un colega con el primer párrafo de la suya. Me refiero a Oskar Belategui, crítico de “El Correo” y miembro fundador y animador del cine club FAS de Getxo, que es el cine club en funcionamiento ininterrumpido más longevo de Europa. Su fundación se remonta a 1953. Actualmente cuentan con 150 socios y una media de 180 asistentes a sus sesiones. Es como para que sus responsables se sientan la mar de orgullosos.
Pues bien, inicia su comentario acerca del último trabajo de la excelente directora Alauda Ruiz de Azúa haciendo mención a la relevancia de la música empleada. Comenta “No creo en la existencia de los ángeles, pero mirándote me pregunto si eso es verdad”, dice la letra de “Into My Arms”, una canción de Nick Cave que interpreta en varias ocasiones el coro en el que canta Ainara, la protagonista de “Los domingos”. La música es importante en el tercer largo de Alauda Ruiz de Azúa. Arranca con la visión de un crucifijo mientras suena de fondo el “Quédate” de Quevedo y Bizarrap. Y concluirá con un emocionantísimo final a los sones de ´Aitormena´ (Confesión), de Hertzainak: “Sin darnos cuentas nos hemos acostumbrado. Sin darnos cuenta hemos llegado al fin”.
Todo ello sobrevuela y resulta fundamental para apuntalar el punto de vista a esta propuesta que, en definitiva, vienen a ser los diversos puntos de vista de cada uno de sus personajes, porque su brillantísima autora hace gala de una honestidad digna de máximo elogio y otorga voz a quienes asoman. Y es que, siendo una persona no creyente, de educación laica, pero tremendamente curiosa por quienes no piensan como ella, debatiéndose por tanto con sus propios prejuicios, elabora una historia que trata con enorme respeto a su principal vector, una joven de 17 años que quiere ser monja de clausura. Una historia que supone un emocional viaje familiar y que explora la fe con enorme y loable respeto, recorrida por diversos tipos de sensaciones, espirituales o absolutamente escépticas, estas últimas representadas en su término más rotundo por una excelente Patricia López Arnaiz.
No ofrece respuestas, pero crea legítima incertidumbre y provoca numerosas preguntas y reflexiones. Eso es propio, en tantas ocasiones, del gran cine, como el aquí desparramado a espuertas.
El contrapunto a la mencionada Arnaiz, a esa tía carnal encabronada con la vida, es la propia adolescente, una increíble Blanca Soroa. Entre medias, hay muchos “grises” representado por quienes encarnan el resto de intérpretes, principalmente del entorno familiar. Está también una madre superiora magníficamente embutida en la piel y en los hábitos de una imponente y serena Nagore Aranburu, que viene a añadir más perspectivas al debate.
Para ello qué primordiales son las miradas en la pantalla. Suelo referirme habitualmente a las de Blanchett y Mara en la maravillosa “Carol”, pero podría citar miles de ejemplos más a lo largo de la historia. Esas miradas vuelven en esta ocasión resultar tan reveladoras o no, tan complejas, esclarecedoras e insondables como lo es la propia existencia. Y agradezco sobremanera que den pie, la película en general, a todo tipo de interpretaciones.
A propósito de esto, inevitablemente acude a mi memoria esa joya que es “Agnes de Dios” de Norman Jewison, no porque guarde excesivos parecidos, sino porque también gira en esencia sobre la fe, sobre su creencia o cuestionamiento.
Pero una de las numerosas virtudes que me llaman la atención de “Los domingos” es lo entomológica, lo precisa que es incluso cuando aborda las contrariedades de sus criaturas. Percibo un tratamiento casi de documental, aunque sea una ficción en toda regla, impecable. Casi como aquella celebérrima “Historia de una monja” con mi adorada Audrey Hepburn.
Qué gusto darse de bruces con una manera como esta de contar las cosas. Tan minuciosa, tan rigurosa con los encuadres, tan amorosa con quienes por aquí pululan, tan admirablemente contenida en su aflicción. Algo, por otra parte, nada sorprendente proviniendo de quien ya firmara otras dos joyas audiovisuales (ese afortunado maridaje de oído y vista), el largometraje (su debut) “Cinco lobitos” y la admirable serie “Querer” (también una incursión para Netflix en absoluto desdeñable titulada “Eres tú” tratante bajo un barniz aparentemente ligero sobre el aprendizaje de vivir). La primera en torno a la maternidad, la segunda sobre la violencia de género. Todas estas extraordinarias muestras con la familia en el centro… y lo que ello conlleva en diversas variantes.
Espero que esa innata curiosidad que la invade cuando se enfrenta al folio en blanco o al objetivo de la cámara, no deje de perseguirla nunca, si con ello nos regala obras tan primorosas como esta. Además, es algo que considero una virtud en cualquier ser humano, a condición de que con ello no se caiga en la invasión del otro. Es ello precisamente lo que nos mantiene vivos, lo que impide que envejezcamos. Y lo que nos convierte en seres abiertos de mente, especialmente cuando pretendemos contactar o fisgar aquello que nos es ajeno o que no participa de nuestro pensamiento.
A falta de dos meses para la finalización del año, y siempre dejando la puerta abierta a que pudiera surgir alguna otra sorpresa inesperada (tengo ganas también de ver “Los Tigres”) es mi película española favorita de 2025 (en consecuencia, mi favorita para los Goya), tal como acompaña el subtítulo de mi critica. Las otras cinco que la acompañarían en el podio por orden de preferencia son “La buena letra”, “Un fantasma en la batalla”, “Una quinta portuguesa”, “Sorda” y “El secreto del orfebre” (“Sirat” me parece deslumbrante técnicamente pero no le cojo el vuelo y no tengo nada claro lo que pretende contar y “El cautivo” un “fiasco”)