Bonita película francesa
Por José Luis Vázquez
No esperen en el cine de la joven -42 años- cineasta parisina Mia Hansen-Love aspavientos o sentimentalismos baratos a la hora de abordar cualquier tipo de asuntos dramáticos. Compruébese con esta propuesta de relaciones sentimentales y de enfermedades neurodegenerativas enclavadas en un entorno familiar. Inspirado esto último en episodios autobiográficos alusivos a su padre.
Y esta cualidad, que pudiera resultar un lastre en muchas ocasiones, debido a la frialdad o a la asepsia que pudieran generar, se revela en su estilo una gran virtud. Eso y la credibilidad que exudan sus historias y personajes, y que aquí vuelve a resultar una de sus máximas credenciales, por no decir la que más. Muy a la manera gala, es decir, tirando de tono cotidianamente naturalista.
Desde 2007 en que debutara con la apreciable “Todo está perdonado” ha ido construyendo una no muy extensa pero paulatina filmografía en torno a lo reseñado y compuesta por 8 títulos que muestra su elegante y discreta sensibilidad y capacitación. Si no las conocieran, se fían de mi recomendación y tienen curiosidad no dejen de intentar ver lo creado hasta la fecha tras la citada opera prima. Es decir, “El padre de mis hijos”, “Un amour de jeunesse (Primer amor)”, “Eden: Lost in music” (sobre un famoso disc jockey que tiene mucho que ver con su hermano), “El porvenir”, “Maya”, “La isla de Bergman” y este último trabajo que comento.
Por supuesto todas estas películas vienen determinadas por un nexo común, por silencios, miradas y cierta pausa narrativa que bien pudiera resultar aburrimiento para algunos o muchos. No es mi caso.
Pero volviendo en concreto a “Una bonita mañana” y sus virtudes, y dejando claro que participa de ese toque anteriormente expuesto, el hecho de que haya hecho recaer la responsabilidad de la interpretación de su personaje fundamental en la espléndida -actriz, mujer- Léa Seydoux (“La vida de Adèle”, “Sin tiempo para morir”, el díptico “Dune”… una ya respetable carrera internacional, trabajos para Wes Anderson incluidos) supone además todo un acierto. Matiza perfectamente a una mujer en una encrucijada vital de manera sugerente y sin estridencia alguna. Y ya tiene mérito, porque el personaje caramelo, y no ya por el motivo físico que padece, considero que es el de ese padre en fase de declive. Y es que de las dos cuestiones principales que aborda, este segmento me parece más potente que el más trillado y sobado de la relación de la protagonista con una nueva pareja. Esta parte se deja ver sin enojo alguno, pero tiene menor enjundia.
Y, por cierto, me encanta esa definición que hace la hija de lo que supone la biblioteca de su progenitor, por extensión la de cualquiera que nos consideremos adictos a los libros… y es que nos definen. Yo al menos me siento plenamente identificado.
Sin necesidad de resultar un título relevante, ni tan siquiera de los mejores de la temporada, una grata y moderadamente bella aportación a ese subgénero que bien podría denominarse “Hay que seguir viviendo”.