Por José Luis Vázquez
No hace falta haber estado o estar en el ojo del huracán para advertir que “Rebel” exuda veracidad, verdad de la brutalmente buena, por todos sus costurones cinematográficos, pues basta con estar medianamente informado por los informativos o visto algunas imágenes sobre el asunto para advertir que lo que aquí se cuenta se ajusta a la más atroz de las realidades.
Y esa no es otra que una inmersión pavorosa en el corazón del yihadismo, de esa barbarie autárquicamente religiosa y fanática que ha puesto en jaque al mundo en los últimos años.
El dúo, la dupla de cineastas belgas de origen marroquí Adil El Arbi y Bilall Fallah vuelven a obrar la proeza artística que antecesores como el también norteafricano Nabil Ayouch con “Los caballos de Dios” o el mauritano Abderrahmane Sissako con “Timbuktu” (ese partido de fútbol infantil con una pelota invisible es de los que quedan grabados…), habían logrado con esas otras espléndidas muestras acerca prácticamente de lo mismo. Eso es, ir a las mismísimas entrañas de este movimiento islamista, de ese estado móvil enloquecido, pavoroso a más no poder. De su sanguinaria hipocresía y locura, su especialidad en lavar cerebros y fulminar a quienes se muestra vulnerables o accesibles, especialmente críos que todavía no vislumbran la juventud. Su cámara, desde luego, no concede respiro alguno, se pega como una lapa al ambiente y transmite la asfixia latente y creciente que envuelve a sus jóvenes protagonistas.
Asisto abducido, sin tregua, casi sin respiración, ante esa barbarie tan brillantemente narrada, a base en algunos momentos de excelentes coreografías musicales o números raperos. Un punto original éste, a la vez que una de sus muchas virtudes.
Es tremendo lo descrito, y en muchos casos, no hace falta en todo momento ver -que también- las salvajadas de ese grupo, puro negocio para algunos, ejercicio de aplastante anulación del otro o de poder sin más (algo por lo que se viene moviendo el mundo desde el origen de los tiempos), para provocar el malestar y el remueve en la butaca. Atención especial merecen las tácticas de adoctrinamiento, pues están didácticamente desgranadas y resultan impagables como alerta, aunque no vayan a descubrir nada nuevo bajo el sol.
Me deja seriamente tocado en el mejor y más elogioso de los sentidos. Imposible olvidarse en días de sus imágenes, es más, diría que es de las que se quedan alojadas a perpetuidad. Desde luego a mí una semana después no me han abandonado.
Durante su contemplación, y aún después, resulta inevitable no sentir, indistintamente, dolor, rabia, indignación, angustia, impotencia, horror, laceración, tristeza, muchas sensaciones desencadenadas por lo peor de nuestra especie. Y a partir de ello, pueden venir todas las reflexiones o debates sesudos (son varios los que la han tachado de simplista, en fin… supongo que también al nazismo se le tachó así, en fin, me abstendré de hacer más comentarios al respecto porque me hierve la sangre con tanto analista del espanto, bien sea a propósito de los genocidios de los jémeres rojos, las purgas estalinianas, pinochetistas… o me da igual la tendencia, la ideología o el color) que quieran, pero asistir de nuevo a la enésima manifestación de la capacidad de maldad y salvajismo de nuestra especie, no deja de volver a generarme una infinita tristeza. Y de otra manera, con otras características esto es extrapolable a Ucrania, a Yemen o a tantísimos otros lugares del planeta antes y entonces, testigos de la capacidad de la infinita crueldad de la que seguimos y supongo que seguiremos per saecula saeculorum haciendo demostración.
Su tremendo final me provoca evocar inevitablemente el de la soberbia e igualmente estremecedora “Incendies” (comparten estupenda actriz, la también marroquí Lubna Azabal, especializada en admirables y sufridas progenitoras) la penúltima película dirigida en su Canadá natal por el extraordinario Denis Villeneuve antes de dar su salto al cine norteamericano y regalarnos piezas tan impagables como “Prisioneros”, “Sicario”, “La llegada”, “Blade runner 2049” (sí, sí, ésta también, y lo proclamo bien alto) y “Dune” (deseandito ver la segunda entrega). Obviamente no lo voy a destripar, pero ese desenlace entre los hermanos resulta imposible de olvidar. Supone toda una terrible experiencia… inmersiva que dicen ahora los modernos.
Durísima, pero formidable. Pura y genuina intensidad emocional.
Ramón Vidal
Rebel
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