Embriagadoras flores de vertedero
Por José Luis Vázquez
Están coincidiendo últimamente en la cartelera varias producciones que no están teniendo un amplio eco mediático y con una serie de características comunes, aunque sean luego dispares en su tono, como debe ser: recurren a tramas sencillas que jamás simplonas, están basadas en hechos verdaderos y suponen verdaderas odas a la vida, la fraternidad y al ser humano. Una es la excepcional “La estrella azul”, otra es esta otra que aquí me ocupa llegada allende los mares, del país del Indio Fernández o Emiliano Zapata.
Y es que el cine mejicano a lo largo de su historia, ya no digamos durante su Edad de Oro, ha ido siempre dejando caer cada temporada verdaderas perlas y aportaciones en esta parcela cinematográfica.
Como la primera mencionada, una particular biografía del músico y poeta Raimundo Aznar, por todos sus poros transpira autenticidad, credibilidad, o como lo quieran denominar que suponga un sinónimo. Esto que parece fácil sobre el papel o la cámara, no lo es ni mucho menos. Cuántos proyectos con idéntica vocación han naufragado en el intento, pues ser llano, transparente es de lo más difícil que hay, pero claro, el primer mandamiento es dejar de lado cualquier tipo de afectación, como es el caso.
Lo aquí lo conseguido por el director Christopher Zalla con la colaboración del habitualmente comediante de gran popularidad (“No se aceptan devoluciones”, “Te presento a Laura”, “Instrucciones para ser un latin lover”, “Un mar de enredos”, “Dedicada a mi ex”) Eugenio Derbez, obra el milagro muy a ras de realidad de la que no obvia dureza alguna. Trata sobre una crónica inspiradora que tuvo lugar en 2011 en una escuela pública de la ciudad fronteriza de Matamoros. Por cierto, no se pierdan el epílogo que informa acerca del destino de sus personajes.
Gira en torno a uno de esos admirables profesores Keating (para algún despistado, utilizo la referencia al Robin Williams de “El club de los poetas muertos”) en este caso de una escuela pública de primaria, inasequibles al desaliento, de métodos particulares y humanistas, que trata de despertar el interés y la curiosidad de unos alumnos en su mayoría sentenciados por las circunstancias y el ambiente en el que se desenvuelven, pues viven en condiciones marginales de todo tipo.
Precisamente esos chavales, los maravillosos actores que los encarnan, constituyen un puntal decisivo. Justo es plasmar los nombres de los tres protagonistas, Jennifer Trejo como esa cría casi adolescente (madurada como sus compañeros antes de tiempo), Paloma, salida directamente de un basurero, Mia Fernanda Solís y Danilo Guardiola. Su desenvoltura expresiva, alejada de cualquier atisbo de afectación, resulta de lo más estimulante.
No me extraña nada que en la pasada edición del Festival de Cine Español de Málaga obtuviera el galardón de mejor película iberoamericana. Lo no conseguido con amplia distribución, lo ha ganado y está ganando con creces con el incondicional afecto de quienes la visitamos. Y eso que este tipo de producciones saludablemente sentimentales suelen contar con el desdén de tantos de mis colegas. Por suerte, no tengo prejuicio alguno en lo que a cualquier tipo de registro se refiere, tan sólo pido que me gane o engancha para su causa, como vuelve a ser el caso. Aquí, además, el drama no está utilizado de manera facilona o mendaz, ni muchísimo menos, es de una naturalidad que desarma.
Con la misma se cumple esa aseveración de José Luis Garci que reza que “las películas abrigan”. Esta lo hace con lana de la mejor calidad posible, aquella que provoca las emociones más sentidas.
De lo mejorcito de un 2024 que vuelvo a subrayar está comenzando con inusitada brillantez en lo que a estrenos se refiere.