El triunfo del amor sobre la hipocresía social
Por José Luis Vázquez
Con no demasiados años a cuestas, casi veinticinco, y con no excesivo prestigio crítico ni popular, me parece oportuna la recuperación de este clásico moderno, de este valioso trabajo del productor, guionista y director Marshall Herskovitz. Y porque en todo caso sirve, además, para reivindicar a un personaje verídico y fascinante que figura injustamente, si figura, en letras minúsculas en las enciclopedias. Verónica Franco, cortesana, poetisa y maestra en el florete, en la república veneciana del siglo XVI.
Las cortesanas, una derivación elegante, al igual que las geishas, de la prostitución femenina, eran realmente envidiadas y odiadas (aspecto aquí oportunamente reflejado) por las mujeres de los aristócratas con quienes se acostaban. Y no tanto por introducirse debajo de las sábanas con sus maridos, sino por los privilegios culturales y de información a los que tenían acceso.
Pues bien, en este concreto marco ambiental, con el telón de la peste que asolara la ciudad, la guerra y los tribunales inquisitoriales que rondaban por el lugar, transcurre la historia de esta mujer, precursora sin caer en demagogias, de cierto feminismo. Todo ello embalado en un precioso papel de celofán, con una brillante y luminosa fotografía, una embriagadora dirección artística y una vistosa reconstrucción, con ese imponente decorado natural que constituye siempre la ciudad de los canales, aunque muchas de sus secuencias fueron recreadas en los estudios de Cinecittá o en otras localizaciones cercanas.
La “woman braveheart” Catherine McCormack encarna con empuje y talento a esta heroína. Le da oportuna réplica el adusto y buen actor británico Rufus Sewell, o una espléndida en su madurez Jacqueline Bisset, como madre iniciática de la protagonista. A destacar igualmente, la aparición de una jovencísima y ya bella, Naomi Watts como Giulia de Lezze.
Entiendo que es justo recuperar esta película, que pasó en 1998 por las pantallas españolas sin demasiado ruido ni gloria, pero que algunos de los que tuvimos oportunidad de verla, guardamos un gratísimo y bello recuerdo. Y que ofrece su secuencia culminante, junto a la de la instrucción para seducir a los hombres, en el juicio final, con la vigorosa defensa que la propia Verónica Franco hace de sí misma y en contra de la doble moral que no solo resulta exclusividad de los hombres.