Colorida, lúcida y trágica revisión del reciente pasado del país africano
Por José Luis Vázquez
“A Guédiguian -el director de esta película- hay que quererlo. Básicamente porque cree firmemente en lo que cuenta y sabe transmitirlo como pocos. Por eso le perdonamos su prurito didáctico, sus excesos ideológicos, su tendencia a la demagogia, se pose de maestrillo. Mali twist es puro cine. Y lo es por la universalidad de sus emociones, el clasicismo de su historia de amor, por el retrato vivo de este Mali postcolonial, que se abre a una improbable revolución socialista… El director como en sus mejores trabajos, se recrea en la sencillez de un estilo depurado… La música como gasolina de una revolución condenada a abismarse…”
Este certero y brillantísimo comentario de un colega tocayo de apellido, Pablo Vázquez, compendia, resume perfectamente la última y estupenda propuesta del notabilísimo cineasta galo Robert Guédiguian (“El cumpleaños de Ariane”, “La casa junto al mar”, “Las nieves del Kilimanjaro”, “La ciudad está tranquila”, “Marius y Jeanette”, “Marie-Jo y sus dos amores”, “El dinero da la felicidad”). Sin duda, una de sus aportaciones más sensuales, rítmicas, alegre y luminosas pese a su fondo/trasfondo trágico y carácter fatalista (algo no demasiado perceptible). Ambientada fundamentalmente en Bamako, la capital de Mali (el octavo país africano en extensión) tras el abandono colonial de los paisanos de Voltaire.
Porque esta historia encara dos frentes, el digamos ideológico y el puramente romántico sin caer en ñoñería alguna (tampoco es malo que a veces se pueda producir esto si se tira de talento y atractivo). Respecto al primero, he de matizar que, pese a lo expuesto al inicio de la reseña del compañero de Fotogramas, advierto también desencanto, desencanto por todo tipo de ideologías porque al final todas están condenadas al fracaso dada la imperfección de la especie (esto último es pensamiento mío, aclaro). Es cierto que a veces le puede cierta tentación de trazar a los buenos como demasiado buenos y a los malos como terribles, pero no sólo es perdonable, sino que seguramente responde a una realidad, porque en nombre de esta asfixiante corrección política que vivimos ahora resulta que Hitler o Putin no son tan perversos… el colmoooo. Al respecto, no tiene desperdicio una frase a propósito de Lenin, figura hoy en día tan entredicho.
En cualquier caso, agradezco que no sea excesivamente moralizante, pues Guérdiguian siempre me ha parecido uno de esos idealistas que se ha ido dando de bruces con el pragmatismo de la vida y con un tiempo de lo más descreído para todo, todo tipo de tendencias e ideas políticas, y ello pese a la extrema bipolaridad por la que vuelve a atravesar el mundo.
Lo que sí agradezco especialmente de esta carta de amor a la pérdida de ideales es la belleza con la que ha encarado su planificación, los encuadres. Es posible que sea su obra más redonda en lo tocante a esta cuestión. Y, además, destila clasicismo puro.
Punto y aparte a otros dos aspectos que acaban erigiéndose en otras de las varias virtudes y reclamos que adornan esta preciosidad. El homenaje al fotógrafo Malik Sidibé, fotógrafo autóctono, maliense, gran retratista con cámara de la sociedad y la cultura popular de la capital durante la década de los 60. Varias instantáneas en blanco y negro así lo atestiguan, lo que contrasta con una maravillosa y refulgentemente colorida dirección cortina visual.
El segundo es el referido a su encantadora pareja protagonista, aunque todo el elenco está irreprochable. Ella es la desenvuelta y bella modelo Alice Da Luz. De aspecto frágil, pero con una fuerza interior admirable, imponente. Él es el emergente es el actor francés Stéphane Bak. Eso tan indefinible de la química se vuelve a producir entre ellos, mérito también de quien ha guiado sus pasos.
Encantadora, dura cuando tiene que serlo, un tanto reveladora, divulgativa incluso, de lo más estimulante.