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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "The last showgirl"
Ramón Vidal
The last showgirl

La vigilante de la playa se desmaquilla

Por José Luis Vázquez

Fue en 1995, en España hubo que esperar a enero del 96, cuando se estrenó la excelente y subvalorada “Showgirls del verdaderamente deslumbrante Paul Verhoeven, firmante entre otras de perlas como “Robocop”, “Starship Troopers/Las brigadas del espacio”, “Delicias turcas”, “Eric, oficial de la reina”, “Instinto básico”, “El libro negro”, “Los señores del acero”. 

Comienzo con esta referencia no solo por una cuestión meramente reivindicativa, sino porque tanto aquella como la que ahora me ocupa presentan o giran en torno a una temática común o parecida. La de mostrar las trayectorias, vidas o supervivencias de mujeres de espectáculos de cabaret o revista. Ahí se acaba la comparativa entre ambas pues, además, ni mucho menos le llega la reseñada a continuación a los cimientos de la primera, aunque posea un indudable interés y merezca atención. 

Y es que el nuevo -tercero- largometraje de Gia Coppola, nieta del mítico Francis Ford y sobrina de Sofia, presenta algunos focos a tener en cuenta.

El primero alude a su protagonista femenina en el que constituye su mejor papel para la gran pantalla hasta la fecha. Me refiero a la protagonista de una de las series más exitosas de los 90, “Los vigilantes de la playa”, en la que salía entre otras, una rubia oxigenada y despampanante que respondía al nombre artístico de Pamela Sue Anderson, la cual acabaría siendo una especie de juguete roto arrastrada precisamente por la que fuera su principal baza en ese momento, la mera imagen, el palmito o palmazo sin más.

Precisamente la historia de “The Last Showgirl” se centra en una de esas mujeres que han vivido de su esplendor físico y que tienen que abordar el paso del tiempo y el declinar de las luces y cosméticos. Justamente en la descripción de ese particular universo femenino de lentejuelas, actuaciones trasnochadas, abatimientos personales y mundos en descomposición, se centra la dramaturgia aquí propuesta. O si prefieren, trata sobre una mujer vulnerable que se enfrenta a un futuro repleto de incertidumbre.

A propósito de esto, la colega Laura Pérez reflexiona sobre algo en lo que estoy completamente de acuerdo. En la invisibilidad, en el elevado precio a pagar por parte de tantas mujeres a una determinada edad y cuando tienen hijos, todavía mayor en el caso de las madres ausentes, cuya factura llega ser superior que la de los padres en parecidas circunstancias.

Por tanto, es en el retrato de esa profesional de 57 años, Shelly Gardner, donde radica la principal cualidad de esta propuesta.

Muy bien complementada en un papel de reparto por la veterana y rectilínea Jamie Lee Curtis (“La noche de Halloween”, “Entre pillos anda el juego”, obvio su Oscar porque se me atragantó dicha producción) que se marca la que tal vez sea mi secuencia favorita, aunque he de matizar que de desolador dramatismo. Ese baile solitario que se marca, en el que nadie repara, en mitad del casino.

Y de acuerdo, tal vez sea una historia demasiado trillada esta mezcla de “Crepúsculo de los dioses”, “Eva al desnudo” (salvando todas las distancias respecto a estos dos monumentos cinematográficos) y varias más, pero lo que le otorga sentido propio son estas destacadas actuaciones.

También el hecho de que Gia Coppola, experta en videoclips, algo que supone una ventaja y a la vez también un defecto, lleva a cabo una estampa de Las Vegas de lo más atractiva, tanto en su aspecto más resplandeciente como en el más decadente, sin dejar en momento alguno de rendir homenaje a la clase trabajadora de la ciudad del oropel y artificio por excelencia con todo lo que ello conlleva también de fascinación. Hace muy poquito también la reflejó admirablemente en diez minutos el Sean Baker de la merecidamente oscarizada “Anora”.

Le agradezco igualmente la mirada afectuosa que vierte o con las que contempla a sus erráticas, sus desorientadas criaturas.

Para ello utiliza el formato ya “caduco” de 16 mm, una fotografía granulada y una cámara en mano, esto último algo que entiendo pueda poner de los nervios a algunos (a mí me ha ocurrido en otras ocasiones), que le sienta bien al propósito de esa veracidad imprimida al relato. Incluso sus contraluces de exteriores le confieren personalidad. Y todo ello rodado tan solo en 18 días.

Ello repercute en esa “tristeza nocturna” a la que se ha referido con tino el muy buen escritor y crítico Oti Rodríguez Marchante. Y es que de bastante de ella se encuentra impregnada, o yo al menos así también la percibo así. Una tristeza bañada por un realismo nostálgico, melancólico. No apurada hasta sus últimas consecuencias, pero significativa e identificativa.

No está de más que le concedan una oportunidad dejando claro, vuelvo a repetirlo, que no supone nada del otro jueves. Pero una reconstruida o como dicen los modernos reinventada Pamela Sue Anderson bien merece el precio de la entrada. Y el resto, al menos no desentona… o no en exceso. Por supuesto, aprovechen para recuperar si tienen oportunidad a aquella “Showgirls” del 95 para ponerla en el eminente lugar que merece.

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