Sissi sin corsés
Por José Luis Vázquez
Un consejo si tienen a bien aceptarlo. Olvídense de fidelidades históricas (en realidad este podría servir para cualquier película, aunque siempre resulte loable y legítimo aspirar al mayor rigor posible, pero las interpretaciones son libres y sagradas y una de las gracias del arte), olvídense de aquella popularísima saga de Sissi interpretada a mediados de la década de los 50 por una jovencísima, bellísima y resplandeciente Romy Schneider. Ignoren todo ello y acudan con la mente abierta y libre de ajustadores o ceñidores a ver “La emperatriz rebelde”.
Precisamente su título original resulta de lo más elocuente, “Corsage”, cuya traducción al español es corpiño, corsé. Porque de lo que se trata es de mostrarnos a esta figura histórica del siglo XIX, a Isabel de Baviera, libre de todos ellos, “reinventada”, deconstruida. Mostrada como una mujer que se rebelaba contra su rol, contra las esclavitudes proporcionadas por su belleza y contra el papel regio con el que le tocaría pechar. Solamente “Luis II de Baviera” de Visconti, y tampoco, ha ofrecido en el cine una imagen más aproximada al pudiera haber sido el personaje real sobre el que constantemente se están aportando informaciones (cabe recordar entre ellas esa estupenda novela de la asturiana Ángeles Caso9, paradójicamente como en este caso retratado a través de cierta re imaginación. Curioso.
Desde luego la guionista y directora austriaca Marie Kreutzer ofrece, en eso puede que estemos muchos de acuerdo, un retrato nada convencional. El de una dama que se insubordina contra las normas impuestas, cansada de ser juzgada por su aspecto físico, a la que no gustaba su existencia ni el mundo en el que se desenvolvía, ahogada por estrictas y regias normas, atormentada por el recuerdo de la pérdida de su hija pequeña, doliente y afligida, pero también repleta de vida, de ganas de aprender y descubrir, de sorber la vida todo lo que pudiera. Una descripción un tanto compleja que la cineasta solventa a base de paciencia, meticulosidad y delicadeza.
Para ello se apoya en diversos elementos técnicos de gran valor y singularidad, desde una dirección artística primorosa, o diseño de producción que se dice hoy en día, en la que momentos como el del piano de cola resultan reveladores de lo expuesto, hasta las anacrónicas pero preciosas interpretaciones musicales desgranadas por la voz envolvente y calidad de la cantautora francesa Camille.
Pero ya advierto que no es una biografía al uso. Estamos en el momento en que la protagonista va a cumplir cuarenta años. Por supuesto, el desenlace que van a ver en pantalla no fue el real, y así sucede igual con una serie de anacronismos, licencias absolutamente legítimas -siempre que funcionen, como es el caso- que sirven para mostrarnos tal vez el interior del personaje y no su fachada. Así es probable que les llamen la atención el que venga adornada por adicciones como el tabaco o la heroína, hacer una puntual peineta o verla en imposibles grabaciones pioneras cinematográficas en las que se muestra de lo más desenvuelta.
Al respecto, enorme, espléndido trabajo de Vicky Krieps como la susodicha que fascina de todas las maneras posibles, tanto en su radiante “deterioro” físico, como en su rebeldía o adornada por una sonrisa verdaderamente cautivadora, melancólica, triste. Todo su metraje está salpicado por esto último, por una profunda pesadumbre sin afectación.
Es la representante austriaca a los Oscar de 2022 a la mejor producción internacional. Tendrá fuertes rivales, pero vuelve a demostrar el elevado nivel y justificado prestigio de esta categoría.