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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Jeanne du Barry"
Ramón Vidal
Jeanne du Barry

Esplendor versallesco

Por José Luis Vázquez

El cine parido por nuestros vecinos franceses continúa en magnífico estado de forma, o de salud, lo que prefieran. Cada temporada, a mí al menos, siguen regalándome como mínimo unas cuantas producciones de carácter medio de lo más decorosas y al menos una docena verdaderamente excelentes o casi. Desde 2022 (aunque alguna tuviera copyright del año anterior) he disfrutado a lo grande de “Las ilusiones perdidas”, “Delicioso”,“A tiempo completo” “El acontecimiento”, “París, distrito 13”, “El acusado”, “La noche del 12”, “Kompromat: El expediente ruso”, “Los tres mosqueteros: D´Artagnan”, “Un paso adelante”, “Una bonita mañana” y varias más.

A estas tengo que añadir ahora “Jeanne du Barry”, que fue la encargada de la apertura de la pasada edición del Festival de Cannes. 

Elogios no fue precisamente lo que recibió tras su proyección, ni tampoco con motivo de su posterior estreno en varios países. Sin ir más lejos, aquí en España se la ha tildado de “muy mala”, “mediocre”, “pomposa”, “inapetente”, “que no aporta nada especial”, “telenovela”, “relamida” o “académica” entre otras “lindeces”. Si siguen leyendo esta reseña, no hace falta insistir que estoy en franco desacuerdo, pero los gustos son tan libres como las mariposas. Respecto a ese último calificativo, académica, cada vez que lo veo reflejado con evidente intención peyorativa por parte de otros críticos, en mí suele obrar el efecto contrario, esto es, resulta un estímulo para ir al cine con mayor motivo.

Y es que así precisamente solían despachar los airados chicos de la rupturista corriente “Nouvelle Vague” a sus maestros predecesores, desde René Clair a Marcel Carné y a tantos otros, tal vez con la excepción de Jean Vigo y Jean Renoir. El paso del tiempo ha sido determinante y la mayoría de las obras de éstos lo han resistido mucho mejor que la de varios de aquellos modernillos de pose y descalificación, entre ellos el infausto -pese a unos primeros trabajos destacables, no lo negaré- Jean-Luc Godard.

Bueno, voy al grano. “Jeanne du Barry” me ha encantado, me ha fascinado y lo proclamo sin rubor alguno, con la voz elevada. Cierto que su directora, guionista y protagonista, Maïwen, venía avalada por trabajos espasmódicos –“Polisse”, “Mi amor”- que no hacían presagiar que se desmarcase con una propuesta tan elegante, sensual rehuyendo lo morboso o escatológico, de precisos y esteticistas encuadres, con ecos y aroma a lo “Barry Lyndon”.

Desde luego, la incursión llevada a cabo por su cámara y unos drones de lo más oportunos en la corte de Versalles del siglo XVIII supone una verdadera gozada, un deleite al paladar. Su dirección artística es fastuosa y esa subrayada banda sonora de Stephen Warbeck acompaña estupendamente, al igual que una muy bien utilizada voz en off.

Pero no crean que la cosa se queda en lo puramente ornamental. Ni muchísimo menos. Se cuenta de manera amena, concisa (pese a sus dos horas de duración que se me pasaron en un suspiro) y divulgativa la vida de la gran y última amante, o cortesana que queda más fino, de Luis XV, el predecesor y progenitor del que sería guillotinado con la inminente llegada de la Revolución Francesa. Curiosamente, han coincidido en la cartelera dos títulos -éste y “Vencer o morir”- de la republicana Francia que contemplan con cierta indulgencia a la monarquía o a quienes se oponían a la Asamblea Nacional Constituyente. Nada como la reflexión siglos después para arrojar nuevas luces o interpretar las cosas con otra perspectiva alejada de los fragores del momento.

La descripción de la corte y algunas de sus excentricidades (esos pasitos del personal hacia atrás en presencia del rey), sus usos o costumbres, están contemplados desde la mirada de su protagonista, una mujer de orígenes humildes e ilegítimos que se labraría todo un porvenir utilizando el sexo como modo medrador… y gozoso también, igualmente asociado al amor. Sobre este tipo concreto de figura femenina, siempre controvertida en cualquier era o lugar, especialmente en este período de MeToo, la mejor película sigue siendo “Más fuerte que su destino”, ambientada en la República Veneciana del XVI. 

La Madame du Barry mostrada por la directora no deja de ser una empoderada un tanto atípica, precursora sin conciencia de ello, que rompiómoldes por su bagaje cultural, sus atrevidas vestimentas y por su propia personalidad (siempre desde la discreción y el afecto para con sus cercanos, ese chaval negro), de ahí seguramente uno de los choques con las hijas del monarca, aparte de por otras cuestiones más atávicas.

Para otorgarle fuste a este drama histórico, de época, de pelucas o pelucones, corsés, maquillaje y palacios de ensueño, la interpretación se erige en un aspecto fundamental. El elenco resulta de lo más sabrosón, comenzando por la propia pareja protagonista, la omnipresente (es lógico, esto no deja de ser pese al oropel un retrato íntimo y a la vez glamuroso de mujer) Maïwen y el revivido -tras tres años de ostracismo por asuntos judiciales con su ex pareja de los que le han exculpado- Johnny Depp. La primera en un registro burbujeante, el segundo en otro más impasible, al fin y al cabo, tal como se puede colegir del soberano al que encarna. Y, por supuesto, Benjamin Lavernhe, de la Comédie Française, en unas cuantas apariciones roba planos a quien se le pone por delante en el rol de La Borde, el impecable asistente. Me alegra también mucho reencontrarme con el veterano Pierre Richard en el rol del mismísimo cardenal Richelieu.

Podría seguir enumerando virtudes sin parar, pero no es plan. Finalizo con una afortunada frase de la colega Raquel Hernández Luján referida a esta delicatessen, “es un cuento de hadas muy turbio”. Pues eso.

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