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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Háblame"
Ramón Vidal
Háblame (Talk to Me)

Sobrecogedora y psicoanalítica mano

Por José Luis Vázquez

Los veranos de los últimos años suelen ser semilleros o albergues de buenas cosechas de un género que admito que me gusta una barbaridad desde mi más tierna e incipiente infancia (no, no me refiero al de escualos o al de catástrofes, que igualmente tienen su encanto), desde que descubriera en una televisión todavía en blanco y negro exponentes como las sensacionales “El enigma de otro mundo”. “La invasión de los ladrones de cuerpos”, “Psicosis”, “La semilla del diablo” o la primitiva “King Kong” entre otros cientos de maravillosos referentes más.

Me refiero, claro, al impagable terror y sus múltiples variantes, que van del “thriller” al suspense más puro y duro. Lo cual me sirve para volver a mostrar mi eterno agradecimiento a quien paradójicamente -o no, puede ir, de hecho, va imbricado, aunque jamás compararía manifestaciones creativas diferentes- me introdujera en el mismo, al excepcional escritor Edgar Allan Poe y a su colega de no menor valía y contemporáneo Stephen King.

Estoy hablando de ese cine tratante en escalofríos varios, sustos, adrenalina, desazones, mordeduras de uñas, respingos, excitación y psicologismo variado. Incluso desde tiempos pandémicos, algo que seguramente se encuentre inexorablemente asociado, se vienen estrenando en ese período de estío las mejores propuestas del curso en dicha especialidad, tal como sucediera en 2021 con “Tiempo” o el pasado 2022 con las estupenda “Black phone” y “Smile” (la excelente “Barbarian” la disfruté a través de la plataforma Disney) y en lo que llevamos de 2023 con la no menos ponderable “Háblame (Talk to me)”.

En este caso su procedencia es de las Antípodas y supone la ópera prima de los youtubers Danny y Michael Philippou. Me resulta gratamente sorpresivo el debut de estos gemelos australianos, que muestran un desparpajo y una destreza con la cámara y en su puesta en escena dignas del veterano más curtido. Veremos que nos deparan en el futuro porque a veces estos fogonazos son flor de un día, algo que espero no sea el caso, pero así ha pasado en numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Ahí están los ejemplos del Peter Medak de la sensacional “Al final de la escalera” que nunca jamás volvería a dar en la diana o, más recientemente, el David Robert Mitchell firmante de otra perla, “It follows” que devendría inmediatamente después en la infausta “Lo que esconde Silver Lake”. O el magnífico Ari Aster de “Hereditary” y Midsommar” que lamentablemente ha acabado derivando esta misma temporada en la insufrible “Beau tiene miedo”.

Aquí, los Philippou se despachan y nos despachan con un relato perturbador y -dentro de su asumida fantasía- realista en el que una mano embalsamada de un vidente -¿un mcguffin?-conecta con espíritus malignos a una serie de característicos, prototípicos jóvenes de esta época de redes sociales/virales. Por lo cual, asocien, deduzcan o establezcan todas aquellas reflexiones que les sugiera tal premisa argumental.

Y es que la película vale, y mucho, tanto como narración plausiblemente construida con toda su intencionalidad, así como mosaico de pequeñas piezas de eficaz e impactante horror, de sobresalto, disfrutables por sí mismas y, por tanto, por cualquier aficionado a este tipo de cuestiones.

Varias son las secuencias que me quedan grabadas en la memoria (hay dos seguidas en su desenlace difícilmente olvidables), pero por no desbrozarles o chafarles nada tan solo me limitaré a que reparen en algunas alusivas a las sesiones de peculiar espiritismo y a los inmediatos traumas que conllevan. Ese “Te dejo entrar” conlleva sacar los peores temores de sus protagonistas. En este punto, me resulta inevitable invocar el moderno y renovador clasicazo de Tomas Alfredson, titulado precisamente “Déjame entrar”.

También un canguro atropellado, apenas entrevisto en una segunda aparición, acaba erigiéndose en representación de un sentimiento de culpabilidad que impregna o contribuye a acentuar el devenir de los acontecimientos. Pero conste en acta que no hace falta desmenuzarla en exceso para poder disfrutarla, responde perfectamente a meras reacciones primarias, atávicas.

Si admiten la recomendación, no la dejen pasar, especialmente si son adictos -como es mi caso- a este tipo de relatos desasosegantes en las que los vivos pueden ser tan poco fiables como los muertos… o viceversa.

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