El mayor monstruo el propio hombre, y el más afligido
Por José Luis Vázquez
Que adoro el cine del mexicano Guillermo del Toro (injertado a su vez en el norteamericano e, incluso puntal y gloriosamente, también en el español… “El laberinto del fauno” o “El espinazo del diablo”) lo saben con creces los más allegados y quienes hayan seguido mis deambulares profesionales, mis reseñas a lo largo de estas últimas décadas tanto en prensa de papel, digital, radio o televisión. Es uno de mis referentes, casi automático desde que debutara y nos sorprendiera a tantos de nosotros, devotos del “fantastique”, allá por 1993 -cómo pasa el tiempo- en su tierra natal con la sorprendente, original, extraña y fascinante “Cronos” con otro grande acompañándole, este delante de las cámaras, el argentino Federico Luppi.
Fascinación es la que destila por todos sus costados y costurones, este último trabajo suyo, remake de un clásico de 1947 en blanco y negro dirigido con maestría infinita por Edmund Goulding (otro de los “artesanos” de oro del cine norteamericano) y protagonizado por Tyrone Power (acababan de triunfar con su adaptación de “El filo de la navaja”). También muestra desesperanza, fatalismo y tragedia. Y falta de empatía por parte de sus personajes principales, salvo tal vez alguna de las criaturas del circo, la más dulce y candorosa, la confiada Molly (de nuevo una adorable Rooney Mara en el mejor estilo Audrey, con razón va a protagonizar su biopic). Así que no esperen en este caso identificación emocional, eso tan necesario en muchas ocasiones para que una película pase a ser de nuestras preferidas.
Y aunque no suelo preciarme de deducir lo que han pretendido los directores al contar sus historias, que tantas veces tan solo tratan de eso, de exponerlas sin más (no creo que haga falta volver a citar al episodio de McLuhan y “Annie Hall”), sí suelo tener claro -no por supuesto con “Tenet” u “Origen” del gran Nolan- aquello en lo que suelo reparar o creo advertir. Pues ya saben que una vez que la obra de un artista pasa a ser de dominio público cada cual establece su propia interpretación, siempre que no sea disparatada, claro, que tenga algún fundamento.
Y en esta colorida, barroca, nueva versión lo que vuelvo a notar de manera muy palpable es una bajada a los infiernos como la que llevaba a cabo Mickey Rourke en la ochentera “El corazón del ángel”, pero de tono y maneras completamente diferentes. Pues, curiosamente, en la del realista Alan Parker se resolvía de manera literalmente mefistofélica y en la del fantasioso Del Toro se hace de lo más sórdida y realistamente. Pero tanto el protagonista, un sobrio Bradley Cooper, como algunas de las criaturas que les sobrevuelan pese a la depravación de la que van haciendo paulatinamente gala, (incluso la chica buena se siente obligada a montar una aparición casi mariana) arrastran dolor y desesperación, fruto en parte seguramente de una sociedad marcada por esa atroz Gran Depresión.
Y aunque encuadrable en el noir y pese a sus indudables referencias a la espeluznante y genial “Freaks”, hay momentos en que me cuesta encuadrar esta película ¿Melodrama sórdido, existencialista, trhiller psicológico? Al final, la denominación es lo de menos. Lo importante es su corteza, revestida con el imponente despliegue visual marca ya de la casa de su “autor” y con un contenido nada desdeñable acerca de algo latente en toda su obra, el peor monstruo posible no es el imaginado, sino el propio ser humano.
Lo que sí deben de tener en cuenta es que se van a encontrar con dos partes diferenciadas en la historia. La primera de ambientes grotesco y extravagantes, en la mejor tradición de la mencionada “Freaks” (“La parada de los monstruos”) o incluso de la más reciente y memorable serie “Carnivale”. Y una segunda, que tal vez resulte para varios más espesa, que hunde sus entrañas en “Perdición” y otros títulos gloriosos del género negruzco.
Pese a estas credenciales y tantos méritos acumulados, ha supuesto otro fracaso en taquilla y van ya no sé cuántos en los últimos tiempos con estrenos de primera (“West side story”, por ejemplo). Si esa ha sido una pequeña tradición a lo largo de la historia, supongo que las plataformas y el covid están contribuyendo a ensañarse con obras de gran riesgo y valor que están pasando desapercibidas por el gran público.
Y, tal vez podría estar de acuerdo, en que una pequeña poda de guion y montaje no le hubieran sentado nada mal (Edmund Goulding en el original hace las descripciones, sobre todo las iniciales, de la feria ambulante en un par de trazos), pero que quieren que les diga, es tanto lo que me ofrece, que a mí no me estorba lo más mínimo, aunque soy consciente de que al común de los espectadores tal vez les acabe pesando su duración. Eso y que este no parece ser tiempo por parte del personal de aceptar personajes tan depravados o turbios, tan terrible y atrozmente humanos como los que aquí desfilan. Pero, al fin y al cabo, esa es la esencia del mejor noir norteamericano de todos los tiempos, de la que este exponente pese a lo anteriormente expuesto -lo de la definición de géneros- acaba suponiendo también una magnífica muestra.
No quiero concluir esta reseña sin destacar el trabajo de todos sus intérpretes, especialmente de la mencionada Mara y de una como siempre portentosa Cate Blanchett (merecidísimo primer Goya internacional), en esta ocasión como una sofisticadísima y maligna psiquiatra. De nuevo vuelven a coincidir ambas tras su memorable CAROL, pero en otras circunstancias y cada una por su lado, aunque en un momento determinado converjan… y no precisamente sentimentalmente.