Reconforta el corazón sin caer en ñoñerías
Por José Luis Vázquez
Hace casi siete años, el 24 de abril de 2015 (parece que ha pasado una eternidad), se estrenaba en España una comedia francesa que constituyó un gran éxito comercial y artístico tras haberlo sido en el país vecino. Estamos hablando de una época que cada vez va pareciendo más una estampa del pasado, de cuando las salas de cine todavía rebosaban en espectadores.
En esa inveterada costumbre que tienen los norteamericanos de rehacer títulos populares del cine europeo como éste, especialmente del país de la Torre Eiffel, llevándolos a ambientes norteamericanos, lo que se conoce por “remakes” más o menos libres, le llega el turno a la obra anteriormente comentada pero que todavía no había enunciado… “La familiar Bélier”.
Pues bien, hete aquí que esto de la inutilidad de volver a hacer lo ya hecho se está poniendo en solfa en lo que llevamos de 2022 con algunas nuevas versiones o relecturas de antecedentes más o menos ilustres. Es lo que me ha pasado con la soberbia “West side story” de Steven Spielberg, para mí desde el mismo momento que la vi un clásico instantáneo, o con la majestuosa y espléndida “Dune” de Denis Villeneuve. Y podría seguir citando más ejemplos, pero me quedaré en estos dos muy representativos y destacables.
Cierto que en este caso el precedente galo no era tampoco fácil de superar, pues aparte de méritos propios cosechó bastante prestigio, obteniendo una nominación para los premios del Cine Europeo en el apartado de mejor comedia y seis nominaciones a los César, obteniendo finalmente el merecidísimo de mejor actriz revelación para su joven protagonista, Louane Emera.
Pues bien, lo mínimo que puedo decir de esta “CODA: Los sonidos del silencio” no sólo es que no desentona con respecto al original, sino que muestra entidad propia sin salirse del argumento primigenio y del patrón preestablecido. Y vuelve a hacer de la amabilidad y autenticidad verdaderas virtudes, algo que tiene especial mérito en un tiempo descreído donde parece que solo el cinismo, la acidez, la ironía o la mala baba cotizan en bolsa, Marvel y Pixar aparte.
Además, Emilia Jones no desmerece respecto a su antecesora como la única componente oyente de una familia de sordos. Ella lleva el mayor peso de la trama a base de desparpajo y mucha naturalidad. Y es lo que tienen estas películas norteamericanas de tipo medio, no solo que son admirablemente sencillas y que están magníficamente bien hechas, sino que desprenden mucha autenticidad, que los propios ambientes, sean más sofisticados o más proletarios como en este caso (aquí de Massachusetts, ofrecen un enorme atractivo.
La película transcurre dentro de un tono apacible y con unos personajes muy atractivos rodeando a los personajes, destaco especialmente los dos principales masculinos si obviamos al hermano, el padre y el profesor, cada uno con unas características psicológicas muy concretas, que tampoco es el caso detallar.
Me pone el nudo en la garganta en algún momento y me resulta muy agradable volver a reencontrarme con la oscarizada protagonista de “Hijos de un dios menor”, Marlee Matlin como la matriarca, actriz a la que en la vida real le pasa lo mismo.
Y tanto su guion como la propia película reivindican una serie de valores familiares como de otro tipo, que cada vez encuentra más encontrar en producciones de cierto calado como ésta. Cuestiones como la propia responsabilidad, el afán de superación, el sacrificio, el respeto a la diversidad sea del tipo que sea o el coste que tienen las cosas, aparte de constituir también una historia de amor a varias bandas. Y sin complejo alguno, como debe ser, y desprendiendo mucha ternura.
Es otra de esas películas bonitas, como en otro registro “Licorice pizza”, que reconfortan el corazón sin caer en ñoñerías.
