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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "La hija"
Ramón Vidal
La hija

La maternidad llevada al límite

Por José Luis Vázquez

Siempre me perturba el cine del almeriense Manuel Martín Cuenca, me desasosiega, tal como me pasó con su opera prima de 2003 LA FLAQUEZA DEL BOLCHEVIQUE y con la última, EL AUTOR. Y entre medias, algunas otras como MALAS TEMPORADAS, LA MITAD DE ÓSCAR y CANÍBAL. Pero he de aclarar que me perturba y desasosiega de diferentes maneras. En la primera ocasión apelando a la víscera del corazón, de lo sentimental en condiciones un tanto extremas, como al fin y al cabo suelen ser las historias que componen su ya respetable obra, extremas.

En LA HIJA va un paso más allá tanto en desazones como en cuanto a calidad cinematográfica (aunque mi favorita suya continúa siendo aquella FLAQUEZA…). Hace un ejercicio de estilo y cine CASI minimalista, todo en uno. Y lleva una situación única, pero con flecos, al precipicio -y salto adelante- de lo paroxístico.

Vuelve a incidir en un tema recurrente en la notable cosecha de cine español vista en dos meses a partir de octubre de este 2021, en la maternidad bajo otra capa. Se suma a PAN DE LIMÓN CON SEMILLAS DE AMAPOLA o a la fallida MADRES PARALELAS. Y en un tono completamente diferente a la primera, a la obra humanista y resplandeciente a la igualmente elogiable y notable de Benito Zambrano (pese a sus dolorosas cargas de profundidad) sale triunfante.

Evidentemente su visión de lo que supone ser madre no resulta precisamente amable, aunque los deseos sean tan intensos como el de los personajes de sus antecesoras, no creo que les resulte gratificante, o sí, según en qué personaje femenino se fijen, y curiosamente ambas muestran un enorme entusiasmo de ejercer como tales. Pero no seré mucho más explícito para no chafar nada.

Sí les aviso que se van a encontrar con una película desgarradora por momentos, en otros casi gore, dolorosa, áspera, abrupta como viene siendo últimamente la obra de Martín Cuenca, lo eran CANÍBAL y EL AUTOR. Y precisamente de esta última coge literalmente al mismo protagonista masculino, a ese ya inmenso actor que es Javier Gutiérrez y a sus ojos de expresividad volcánica, lacerante. Sin duda, se encuentra ya en el Olimpo actual de los intérpretes de este país, junto a los Javier Bardem, Luis Tosar, José Coronado, Antonio de la Torre, Ernesto Alterio o Roberto Álamo.

Le secundan perfectamente dos jóvenes actrices, bueno una de ellas jovencísima, Patricia López Arnaiz e Irene Virgüez, que confieren en todo momento credibilidad e intensidad a esas peleonas madres.

Pero lo que más me asombra de esta película, es la planificación tan rigurosa, tan medida por parte de su máximo responsable. Sin necesidad de alharacas, desde una austeridad casi franciscana, utilizando prácticamente tan solo a los intérpretes mencionados, una casa en el campo y algunos paisajes agrestes. Y con todo ello consigue, en mi caso al menos, que me mantenga expectante, fijo a la pantalla, ante lo que sucede al ritmo alteradamente templado que nos va marcando.

Es dura y no van a salir precisamente con una sonrisa en el rostro, pero si quieren cine de quilates y que les genere inquietud, intranquilidad, angustia, zozobra, al fin y al cabo, como solía hacer el mago del suspense Hitchcock, no la deberían dejar pasar. 

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