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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "El arma del engaño"
Ramón Vidal
El arma del engaño (Operation Mincemeat)

El cadáver heroico

Por José Luis Vázquez

“El hombre que nunca existió” es una excelente coproducción británico-estadounidense de 1956 que contaba, trece años después de haber sucedido los acontecimientos, un episodio de espionaje fundamental de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de la operación conocida como Carne Picada, a propósito del desembarcado aliado en la costa siciliana.

“El arma del engaño”, sesenta y seis años después de aquella, recoge la misma historia y le confiere otro foco, otra perspectiva, aunque la miga, la sustancia es la misma. En ambas, España, el Golfo de Cádiz para ser más preciso, cobra un gran y determinante papel. La verdad es que constituye un hecho de lo más apasionante, y todavía más al estar certificada la realidad de lo expuesto. Y nada más contaré para no chafar nada a quien la vaya a ver por primera vez.

Lo que sí he de destacar es que considero todo un acierto haber encargado la dirección de este proyecto a un director tan sólido y funcional como el inglés John Madden (“Shakespeare enamorado”, “Su majestad Mrs. Brown”, “El exótico hotel Marigold”, “El caso Sloane”, “La verdad oculta”, “La deuda”), un valor seguro a la hora de narrar las cosas con buen pulso y pulcritud en el mejor sentido del término.

Igualmente, el guion de Michelle Ashford acierta al combinar los pasajes puramente intrigantes o de trastienda de todo el montaje del engaño, con una historia de amor con más de una ramificación, contada a la manera de antes, con estilo y contención de la buena, con un intimismo francamente agradable.

Y es que esta película se viene a unir a la estrenada en la misma semana “El sastre de la mafia” en cuanto a recuperar el look, el tono, del cine clásico de antaño. Ofrece numerosos ejemplos de ello, desde esa escena que marca el paso de las horas en una habitación de Ewen Montagu mostrando una vela que se consume o esa ambientación con linternas en las calles londinenses, algo que por otra parte recoge lo que sucedía en aquel momento dados los constantes bombardeos nazis.

Otro aspecto elogiable es lo bien perfilados que están todos sus personajes, hasta el más secundario o menos protagónico. Por ejemplo, ese capitán de corbeta, Ian Fleming, encarnado por Johnny Flynn, que resulta ser ni más ni menos que el mismísimo creador del personaje (y la saga) de James Bond. De ahí, que ahora se comprenda todavía mejor esa afición a ponerle letras a sus mandos, M sin ir más lejos.

Por supuesto, Colin Firth, ese actor siempre seguro, fiable y tremendamente atractivo para tantas mujeres, con un ingente puñado de grandísimas interpretaciones a su ancha espalda (“Valmont”, “El discurso del rey”, etc.) se hace el dueño de la función. Ha llegado a ese punto, o bueno, siempre poseyó esa cualidad, de hacer verosímil cualquier tipo que le toca en suerte, de desprender en todo momento autenticidad, sin necesidad de excesos.

Agradezco igualmente la elegancia y distinción de Kelly Macdonald como la viuda Jean Leslie. Está muy pero que muy bien, da gusto siempre verla en cuadro, por belleza y maneras interpretativas. O la siempre estupenda y aquí de lo más perceptiva colega y amiga del matrimonio Penelope Wilton como Hester Leggett.

Por otra parte, Simon Russell Beal, jefe del clan mafioso en “El sastre de la mafia” borda, en lo físico y en lo interpretativo, nada más ni nada menos que al mismísimo y mítico primer ministro británico Sir Winston Churchill. No me olvido tampoco del antagonista de Firth, Matthew Macfayden, un tipo aparentemente gris, de gran inteligencia y tocado en su corazoncito por el mismo objetivo amoroso que su colega.

Aclaro que si van buscando acción y aventuras quedarán defraudados, o si esperan pasajes de excesivo dinamismo visual, aquí se imponen para bien un buen texto, excelentes composiciones y una cuidada puesta en escena más pendiente de cómo se dicen los diálogos (tal vez algo más de ligereza no le habría sentado mal, pero cada cual hace lo que quiere hacer), de cómo explica la urdimbre y el engranaje de la misión y de esos tantas veces no tan pequeños detalles (a propósito de la pesca, por ejemplo).

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