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Imagen de la película "Secretos de un escándalo"

Secretos de un escándalo (May December)

¿Apariencias engañosas?

Por José Luis Vázquez

El estadounidense Todd Haynes es un brillante y atípico cineasta, afirmo rotundo que excelente, sublime en ocasiones (“Carol” o “Lejos del cielo”, ambas puras y extraordinarias reescrituras de universo del genial Douglas Sirk), aunque a veces también pueda pecar de pretencioso o densamente analítico, como sucede con “I´m not there” o incluso en algunos tramos de “Secretos de un escándalo”.

Pese a lo último expuesto, siempre espero con expectación su nuevo trabajo, y eso que su carrera no es demasiado prolífica, tan solo nueve largometrajes en treinta y tres años, desde su debut en 1991 con la experimental, cañera, barata e impactante “Veneno (Poison)”.

Es considerado una de las cabezas visibles del “New Cinema Queer”, o lo que es lo mismo “Nuevo Cine Homosexual”, aunque yo me resisto a calificar las películas -sin por ello dejar de contextualizarlas o ubicarlas- por su pertenencia a corrientes o tendencias, aceptando tantas veces que estas resulten incuestionables.

Este último trabajo suyo que responde a su interés por historias “polémicas”, venía ya precedido de origen del escándalo, uno precisamente real sucedido en la década de los 90. La historia de una mujer casada de 36 años que se quedó embarazada de un crío de 13, compañero de clase de su hijo pequeño.

Esto le sirve a Haynes para elaborar un ejercicio de metalenguaje del medio, ya que la actriz encargada de recrear su historia en la gran pantalla, una siempre convincente Natalie Portman, decide empaparse del personaje en el que se inspira y de su hábitat. Y hasta aquí leo sobre su argumento.

Fiel a su estilo, vuelve a tirar de intensidad, descripción de relaciones complejas y desazón.

A caballo entre el melodrama y el thriller psicológico, elabora un retrato femenino complejo, el llevado a cabo por la siempre formidable Julianne Moore para el que puede que haya motivos para cuestionarlo -eso lo debe decidir cada espectador-, pero no por las razones que la sociedad bien pensante o burguesa y la prensa sensacionalista decidiera. Y ahí lo dejo porque no es labor de un crítico destripar nada a priori y porque no deja de ser una propia visión intransferible. Me parece adecuado reparar en ello.

Y creo que es conveniente tener en cuenta las muchas cuestiones que pivotan sobre la historia: el maltrato infantil, las máscaras (las que en una u otra medida todos tenemos), la manipulación, la engañifa que puede suponer las relaciones idealizadas o el fariseísmo. Expendido por una estética que algunos colegas han apuntado como telefilmera, pero que yo entiendo es funcional y por encima de adscripciones.

Por otra parte, arrojar la sombra de una duda parece ser uno de sus objetivos, o al menos uno de los que interpreto, aunque las películas tengo cada vez más claro que sobre todo deben sentirse. Al respecto, la noto fría, si me apuran demasiado cerebral sin que por ello negar las loables sospechas o certezas que pretende sembrar.

Desde luego se ofrece un enfoque que no pretende dar respuestas sino plantearlas, intencionadamente distante, de ahí el personaje de Natalie Portman, aspecto que le confiere cierto y relativo encanto. Y matizo lo de cierto y relativo porque tengo la sensación de que tanta elaboración (con razón el guion de Samy Burch ha sido nominado al Oscar) redunda pesadamente y desinfla un tanto su definitivo alcance. Con todo, merece visionado y atención, pero no creo que sean de las que perduren en mi recuerdo aún reconociéndole méritos, el interpretativo el primero.