Pulcra intriga con dos enormes actrices
Por José Luis Vázquez
Resultan incontables las películas de las últimas décadas sobre las que sobrevuelan o flotan las largas sombras del mago del suspense, Alfred Hitchcock, y del rey melodrama, Douglas Sirk. “Vidas perfectas” aúna ambas influencias. Al respecto, el título original, “Instinto de madre” alude más al primero, y en cambio el españolizado, “Vidas perfectas”, implica más bien al segundo. A ello contribuye esa ambientación de una reluciente Norteamérica de la década de los 50… en muchas ocasiones, como es el caso, que solapa trastiendas sombrías, cuando no renegridas.
Por supuesto, ello no es óbice para que muestre su propio estilillo, determinado principalmente por sus dos excelentes protagonistas femeninas, Jessica Chastain y Anne Hathaway (resulta casi inabarcable la extensa nómina actual de grandísimas actrices estadounidenses de todas las edades), que representan perfectamente la culpa y el duelo, que encarnan y encaran un enfrentamiento psicológico de progenitoras que no tiene desperdicio, sin duda lo mejor de la función. Potenciado ello por algún giro de guion, especialmente en su tramo final, que añade a la cocción un poquito de pimentón.
Ello no quiere decir que nos encontremos ante una pieza relevante dentro del género, o de los géneros, tanto del thriller como del melodrama, pero sí con el suficiente empaque para disfrutar moderadamente (o fervientemente, según el grado de implicación de cada cual) de una intriga elegante y pulida y poder seguir su trama con atención en todo momento. No es poco, dado el bachecillo que atraviesan estas propuestas para la gran pantalla en los últimos años. Claro que una producción noventera muy popular, “La mano que mece la cuna”, por ponerles el primer ejemplo que se me viene a la cabeza, conseguiría con menos pretensiones resultados más redondos en torno al asunto de fondo.
Tal vez un mayor grado de desmelene (aquí la contención es un rasgo de apreciable profesionalidad, pero no de genialidad, ahora pienso en la sesentera y magistral “¿Qué fue de Baby Jane?”) y una cierta rebaja de asepsia hubieran contribuido a otorgarle mayor relevancia, pero, aun así, lo resultante se deja ver con agrado y capacidad evocadora de clásicos de antaño, precisamente de la época que retrata.
Y es que su problema no es tanto que su argumento resulte manido, dado lo visto tan solo en tantos telefilmes de sobremesa, sino el hecho de que habría necesitado tras las cámaras a alguien de más fuste y personalidad (y no me refiero a tener que remarcar necesariamente su vitola de autor), capacidades que no acaba desplegando el brillante director de fotografía y aquí debutante y tan solo correcto cineasta Benoît Delhomme, que hace gala de lo que es su especialidad, esmero y acicalamiento en la ilustración de imágenes, no así garra para narrar. Así me lo parece, pues lean esto y siempre que acudan a esta sección desde la perspectiva de un espectador de cine simplemente avezado y entusiasta… incluso ante los mayores reveses, como el recientemente experimentado con la primera entrega de la saga “Horizon” del, por otra parte, admiradísimo Kevin Costner.
Creo que puede entretener a un respetable porcentaje de espectadores, a condición de que no sean excesivamente exigentes, o bien pudiera encandilar a otros tantos deslumbrados por sus rutilantes intérpretes, algo perfectamente comprensible. Y es que en este apartado es en el que seguramente no haya demasiadas discrepancias, pues tanto la una como la otra hace tiempo que se encuentran en un verdadero esplendor en la hierba. Aquí no tienen más que detenerse en sus cruces de miradas tanto de refilón como de frente o en la pronunciación de sus diálogos, esto último algo que en la versión en sala no podrán apreciar pese a contar con dos buenas dobladoras.