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Enviado por Ramón Vidal el
Imagen de la película "Babylon"
Ramón Vidal
Babylon

Cimientos y desmesura del Hollywood más rutilante

Por José Luis Vázquez

Voy a cumplir cuarenta años hablando y escribiendo en diversos medios sobre esa pasión inextinguible y adictiva hasta grados enfermizos que supone para mí el cine. Podría resumirlos en una conclusión, ser fiel a uno mismo. Siempre he tratado -puede que a veces no lo consiguiera- de alejarme de la impostura, la pose, diretes ajenos o simplemente no ser fiel a lo que uno realmente siente. Escuchar, sí, tomar nota, pero responder siempre a mis propios sentimientos (siempre lo tuve claro, pero ahora lo tengo más que nunca que esto es una cuestión de emoción) y criterios, incluyendo el hecho de que a veces las impresiones pueden cambiar en según qué momentos de nuestras vidas nos encontremos. Considero fundamental lo que acabo de exponer, algo que ya nos lo enseñara por otra parte el inolvidable profesor Keating, “pensar por uno mismo”. Y aunque parezca obvio, no se crea que luego lo es tanto, pues estamos a expensas de muchas influencias (y aquí me refiero en lo referido principalmente al gremio en el que me muevo, pues probablemente el espectador común o el simple espectador suele tener menos prejuicios, lo cual no es óbice para que pueda resultar igualmente afectado o “injusto”).

Pues bien, cuando pensaba que era el único o de los pocos que había salido muy satisfecho de ver “Babylon”, hete aquí que ha caído en mis manos, o mejor dicho, ante la pantalla del portátil, una espléndida reseña del grandísimo escritor y crítico Oti Rodríguez Marchante en la que la glosa, la elogia generosa y abundantemente. Les remito a la misma, ya que lo expresa todo infinitamente mejor de lo que lo pueda o pudiera hacer yo. Merece la pena que le echen un ojo, incluso aunque no les haya gustado o guste esta película. Lleva un subtítulo de lo más sugerente y revelador “El elefante en la cacharrería del viejo Hollywood”.

Y es que el último y cuarto trabajo de ese ya excelente cineasta que es el estadounidense Damien Chazelle (“Whiplash”, “La la land”, “El primer hombre”) es una elefantiásica metáfora, una oda al Séptimo Arte con todas sus consecuencias, enclavada en una época fundamental del mismo, la transición del silente al sonoro en el divino -con todas sus mezquindades y espantos a cuestas también- y grandioso Hollywood.

No en vano no resultan nada gratuitas sus generosas referencias a esa obra maestra, capital, que es “Cantando bajo la lluvia” (todo un acierto haberla repuesto en salas como magnífico complemento). Llegado a este punto, no puedo por menos que citar otras producciones que han tocado el tema con indudable acierto y de manera francamente atractiva y personal, como “The artist”, “Nickelodeon. Así empezó Hollywood” o incluso si se me apura -aunque fuera por otros derroteros específicamente melodramáticos- “Fiesta salvaje” de James Ivory. Sin meterme ya en otros períodos que ha abordado este subgénero, como las magistrales “Cautivos del mal”, “El crepúsculo de los dioses” o “Dos semanas en otra ciudad”.

Por supuesto, no obviaré que ha resultado todo un fracaso en taquilla y de crítica, especialmente de la norteamericana, que hay una opinión unánime en cuestionarla o directamente rechazarla. Es lo que se considera o se suele entender como una obra fallida. La propia historia de este maravilloso invento está repleta de obras que así fueron así consideradas y que ahora nadie discute, desde “La fiera de mi niña”, “¡Qué bello es vivir!” o “La noche del cazador” hasta “Blade runner”, “La cosa” o “El reino de los cielos”, y cientos de ejemplos más.

Me enrollo y no estoy yendo a lo mollar. Resumiré lo que me ha provocado con una serie de calificativos que entiendo la describen todo lo oportunamente de lo que pueda llegar a ser capaz y algunas brevísimas reflexiones.

Sin duda, posee muchas capas, registros, personajes y entramados (o como dicen los culturetas… lecturas). Entiendo que pueda descolocar y despistar a algunos, o a muchos. Pero lo que me importa es lo que me provoca a mí. Como esa deslumbrante, fascinante, orgiástica, si quieren hasta escatológica primera media y un bellísimo final de cinco minutos que supone una carta de amor en toda regla, por encima de cualquier adversidad o contingencia, al invento de los hermanos Lumière.

Me gusta especialmente como aborda el hecho, el fenómeno, el arte, la comercialización de hacer películas, lo casual y lo causal que hay detrás de sus creadores o hacedores. Y hasta resulta didáctica a la hora de abordar ese fundamental cambio de ciclo, los problemas técnicos generados por la aparición de la voz, aunque en eso resulte insuperable “Cantando…” a la hora de mostrarlos… y divertidísima.

No deja de ser una oda en toda regla al mundillo y a sus trastiendas menos relucientes, más miserables, trágicas e histéricas. Hasta atisbo en algunos pasajes de su metraje un ligero aire faulkneriano a lo “Gran Gatsby”.

Me encantan también esas breves evocaciones a la propia y extraordinaria “La la land”. No en vano Chazelle repite con idéntico compositor, Justin Hurwitz (aspecto importante, también fotógrafo… Linus Sandgren), esos evocadores y breves compases pianísticos. O la interpretación dislocada, alocada, de una como siempre -en todos los sentidos- fabulosa Margot Robbie. Ahí queda como distintivo ese maravilloso momento en el que tiene que soltar una lágrima.

Tanto ella, como el resto de actores, desde el mexicano Diego Calva al anglosajón Brad Pitt, se encuentran bajo la batuta y al servicio de una dirección, de una propuesta delirante, megalomaníaca, radiante, extravagante, desaforada, dispersa, descomunal y desmesurada a la vez, delirante, cortada a tajos, cada uno en sí mismo verdaderamente babilónico, pese a algún ocasional altibajo rítmico, nada importante por otra parte. Y en base a esa sinceridad a la que apelaba al comienzo, he de confesar que sus 3 horas 8 minutos se me pasan en un suspiro, al contrario de los que le está sucediendo a mucho personal.

Y, desde luego, disfruto extra con los guiños y referencias a innumerables estrellas y profesionales de la época: Rodolfo Valentino, John Gilbert, Roscoe Fatty Arbuckle, Louise Brooks, la pionera directora Dorothy Arzner y un interminable etcétera.

Apelando al formidable programa de José Luis Garci… Qué grande es el cine, especialmente entendido a la inmejorable, irrepetible manera hollywoodiense.

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